Una joven cometió un delito y fue enviada al tribunal. El castigo por el crimen fue prisión perpetua. Ella derramó lágrimas pidiendo ayuda, pero nadie estaba disponible para ayudarla. Cuando el caso fue llevado al tribunal, ella lloró aún más.
Su familia y amigos que la acompañaban también comenzaron a llorar, no había esperanza, sin embargo algo sucedió. Antes de que la joven pudiese quedar en el banco de los acusados, un hombre se levantó y la sala del tribunal quedó en silencio. Todos lo miraban. Era un hombre noble y gentil. Y él intercedió en nombre de la mujer.
El caso era difícil, pero él usó toda su fuerza, energía y recursos para luchar por ella. Después de una larga batalla legal entre el hombre y los acusadores, la mujer fue liberada. Ella cayó delante del hombre y preguntó: “¿Quién es usted?”
Al día siguiente, aquella mujer deliberadamente cometió otro delito y fue enviada al mismo tribunal.
Ni bien entró, vio al hombre que había intercedido por ella el día anterior, ahora en el asiento del juez. Él ya no era el abogado, sino el juez. Con una sonrisa en el rostro, ella dijo: “¡Vine de nuevo!”
El hombre levantó la cabeza y dijo: “Ayer yo era un abogado, entonces luché por usted, aun cuando era culpable. Pero hoy soy el juez y mi juicio debe ser justo.”
Con lágrimas en los ojos, ella preguntó por segunda vez: “¿Quién es usted?”
Y el hombre respondió: “Ayer Yo era su Salvador. Pero ahora Yo soy su Juez.”
Hoy, Jesús es nuestro Abogado y Redentor, pero está llegando un día en el que el Padre dará un justo juicio a todos.
JESÚS ESTÁ CERCA, ¡PREPÁRESE PARA ENCONTRARLO!