“El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para Darle gloria.”(Apocalipsis 16:8-9)
Tenemos otro paralelo con el juicio de la cuarta trompeta, que también atacó al sol. La diferencia es que en esta cuarta copa de la ira de Dios todo el sol es alcanzado, y no solo su tercera parte.
Y, como consecuencia del juicio de la cuarta trompeta, también en el juicio de la copa, incluso delante del caos, los hombres no se arrepintieron de sus caminos, ni dieron gloria a Dios.
Muchas veces, Dios permite que lleguemos a situaciones difíciles, justamente para que reconozcamos nuestros malos caminos y nos arrepintamos con sinceridad.
Pero, lamentablemente, no todos aceptan esto como un despertar Divino. Y es ahí donde ocurre lo que está escrito: “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina.” (Proverbios 29:1)
El juicio de la cuarta copa es un quebrantamiento repentino, pero, sin ninguna posibilidad de cura. Al ser alcanzado totalmente, el sol emitirá calor suficiente para imponer a los seres humanos quemaduras hasta de primer grado, no al punto de matarlos, pero hará que sientan dolores agonizantes.
Esto les dará la oportunidad de que por lo menos reconozcan la autoridad de Dios sobre estas aflicciones, teniendo en cuenta que la suma de estos juicios se va acumulando. Pero aun así, ante tan grande agonía, sufrimiento y dolor, los hombres no se humillarán ante Dios, por el contrario, ¡blasfemarán delante del nombre del Señor!
La ciencia registra que hay un equilibrio exacto en todo el universo, de manera que todo funciona con perfecta precisión, y, para que pueda haber vida en la Tierra deben cumplirse innumerables condiciones, las cuales se sincronizan con una gran exactitud matemática, que de ninguna manera, podrían estar coordinadas por casualidad.
La Tierra gira alrededor de su propio eje a una velocidad de 1.600 km/h. Si la misma solo lo hiciera a 160 km/h, un día tendría 240 horas. Esto significa que el calor del sol, en un día tan largo, quemaría la vegetación y, lo que eventualmente sobreviviera, moriría de frío en la larga noche.
El sol, que es nuestra fuente de vida, tiene una temperatura superficial de aproximadamente seis mil grados centígrados, y la Tierra está lejos de él exactamente lo suficiente para que este calor no lo caliente más ni menos de lo que exige la vida en este planeta.
Si, por ejemplo, el sol solo enviara la mitad de sus rayos, moriríamos de frío; si enviara una mitad más, nos quemaríamos. Vemos que el poder de Dios regula hasta el calor exacto que el sol debe emitir sobre la Tierra.
Otro ejemplo del glorioso poder de Dios es el hecho de que la inclinación del eje de la Tierra, de 23 grados con respecto a su órbita, tiene por consecuencia, las estaciones del año.
Si esta inclinación no existiera, los vapores oceánicos se dirigirían hacia el Norte y el Sur, y formarían continentes enteramente de hielo. Quien aprende estos mínimos hechos de la creación de Dios, comprende cómo el ser humano es dependiente e insignificante ante la majestad de su Creador.
(*) Fragmento extraído del libro: “Estudio del Apocalipsis”, del obispo Edir Macedo.
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