La fe emotiva siente, la fe racional piensa;
La fe emotiva mira y les presta atención a las circunstancias, la fe racional cree en lo que está escrito;
La fe emotiva, al oír el sonido de los tambores de guerra, tiembla y teme. La fe racional, al oír el alarido de guerra, ve, por la fe, al Señor de los Ejércitos entrando en acción;
La fe emotiva decide en el corazón, la fe racional decide de acuerdo con la Mente de Cristo – la Sagrada Biblia;
La fe emotiva se inclina a las pasiones del corazón, especialmente, debido a lo que sus ojos ven y sus oídos oyen. Pero la fe racional es sierva de lo que está escrito;
La fe emotiva por momentos está caliente, tibia o fría, pero la racional no se preocupa por lo que siente. Simplemente, cree. Independientemente de lo que siente o deja de sentir;
La fe emotiva anhela sentir la presencia de Dios en las reuniones, por su parte la fe racional pasa por alto sentir porque ya tiene la certeza de Su presencia.
Pues como está escrito:
… donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos. Mateo 18:20
La fe emotiva es rehén de la voz del corazón, sin embargo, la fe racional está siempre atenta a la voz del Espíritu Santo;
La fe emotiva quiere porque quiere sentir de cualquier manera. Por eso su vida sentimental es un completo fracaso. Nadie consigue satisfacerla. Es un pozo sin fondo. Cuanto más tiene, más falta siente. Su vacío interior aumenta a cada instante.
Pero la fe que piensa, razona, y sobre todo, medita en la Palabra de Dios, sabe que tarde o temprano va a cumplirse. Como el Señor que, a pesar del hambre, no Se rindió. Pues, ¡la fe en la Palabra de Dios espera que se cumpla lo que ESTÁ ESCRITO!
Finalmente, la fe inteligente, racional o sobrenatural es la Energía de Dios, el Soplo del Altísimo, la Nube de Dios guiando a Su pueblo en el desierto, la Columna de Fuego durante la noche oscura del desierto, la Sombra del Altísimo, el Abrigo de Dios, la Presencia de Dios, el Espíritu de Dios y el Señor Jesucristo en Espíritu en medio de Su pueblo.
Quien la tiene es bienaventurado y feliz porque está, permanentemente, en comunión con el Eterno.
Quien no la tiene es desventurado e infeliz.