Durante los próximos días vamos a publicar fragmentos del libro “Fe Racional”, del obispo Edir Macedo, como parte del contenido para reflexión del Arca Universal
La fe emotiva y la fe racional son opuestas entre sí. Mientras que la fe emotiva trata de lo que se siente en el corazón o en el alma, la fe racional e inteligente trata de una certeza en el intelecto, en la mente. Pablo dice que los que tienden para el Espíritu, tienden para la vida, y los que tienden para la carne, refiriéndose al corazón, a las emociones y a los sentimientos, tienden para la muerte.
Muchos caen en tentación porque se dejan llevar por lo que sus ojos ven y por lo que su corazón siente. Existe un proverbio que dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente.”
Es exactamente eso lo que sucede: los ojos le pasan informaciones al corazón y este agudiza el deseo de poseer una cosa. En verdad, la persona cae justamente en aquello que más codicia. Esa codicia puede ser prostitución, bebida, juegos de azar, etc. Es en la debilidad de la persona donde hay mayor posibilidad de caer.
Fue el caso de Eva cuando vio la fruta prohibida. Inmediatamente su corazón impuso la voluntad de consumirla. La persona es tentada por lo que ve, oye y siente, pero cabe a la persona decidir si quiere seguir a su corazón y caer en la tentación, o rechazar esa idea y mantenerse de pie.
La persona debe tener cuidado con lo que siente su corazón, pues, por ser engañador y desesperadamente corrupto, se apresura en rendirse a los caprichos y tentaciones. A causa de eso, el corazón es acelerado en las decisiones y no busca cuestionar y evaluar el peso de la actitud que va a tomar porque no mide las posibles consecuencias.
Es entonces que surgen los casamientos precipitados, compras, ventas o negocios que salen mal, en fin, actitudes totalmente contrarias a la razón, lo que podría ser evitado si la persona hubiera pensado un poco más en las consecuencias de sus decisiones.
El pecado sucede así: la persona ve algo y el corazón siente. Este, codicia e impone su consumo sin preguntar si sirve o no.
El hecho es que la fe emotiva conduce a las personas a actitudes infantiles y débiles, impidiendo que ellas piensen o cuestionen tales actos. Van a la iglesia, cantan y bailan tan solamente por ser alimentadas por la emoción de la música sacra. Eso sucede porque la música conmueve el alma. La persona se siente bien, llora, ora y se “arrepiente”. En realidad, piensa que se arrepintió. Lo que sintió no pasó de ser un remordimiento, pues, al salir de ahí, volverá a hacer todo mal nuevamente. De esta manera, una vez más fue engañada por su propio corazón.
Y así muchos cristianos van viviendo a lo largo de los años. A causa de eso, las promesas Divinas no se cumplen y sus vidas no se desarrollan. Eso sucede porque todo lo que hicieron o hacen en la iglesia fue y es movido por una simple fe emotiva, que viene del corazón. De ahí entendemos el motivo por el cual muchos cristianos, frecuentadores de iglesias hace años, están caídos y fracasados espiritualmente.
En contrapartida, la fe racional y sobrenatural, que viene de Dios, habla respecto a la mente, a la inteligencia, al intelecto y a la razón. De esa manera, la persona piensa, razona, y entonces toma su decisión. Tal decisión es el resultado de la acción de su fe en la Palabra de Dios.
Pablo dice: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo…” (2 Timoteo 1:12). Él no se debilitó ni se avergonzó a causa de aquel sufrimiento y humillación que pasó. Todavía en el mismo versículo, él continúa: “Porque yo sé a quién he creído”. Ese verbo “saber” habla respecto a la cabeza, al intelecto, a la razón. Él sabía en Quien estaba creyendo. Al contrario de muchos creyentes que dicen sentir la presencia de Dios.
En verdad, esas personas creen que saben porque la “fe” ya se tornó mecánica en sus vidas. Por consiguiente, la vida no es renovada porque la “fe” no es pura.
La verdadera fe sobrenatural hace que la persona tenga una certeza incondicional. La presencia de Dios, por ejemplo, es una certeza, una convicción, y no importa si la sentimos o no. Lo que vale es lo que está prometido en Su Palabra. Vale la certeza en esta Palabra.
“Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).
Siempre que comienzo una reunión, me acuerdo de esta promesa. Y, si durante el culto no siento la presencia de Dios, no me preocupo. Porque lo que importa es Su Palabra, y no lo que siento. Su Palabra tiene que ser cumplida cueste lo que cueste. No es la palabra de cualquiera, sino la de Dios.
No podemos preocuparnos con los sentimientos, porque estos son carnales y llevan a la perdición. Esos sentimientos, que han controlado su vida, tienen éxito porque su corazón no es nuevo. Cuando la persona nace del Espíritu, o tiene la experiencia del nuevo nacimiento, recibe un nuevo corazón y sus sentimientos se tornan sumisos al Espíritu Santo.
Aunque sienta esa voluntad de pecar, la persona reprende, huye y resiste al pecado porque anda por la fe. Vive en la certeza y anda de acuerdo con su conciencia espiritual. Es eso lo que hace la diferencia entre los vencedores y los fracasados en la fe. Por no haber nacido de Dios, los fracasados (espiritualmente) trabajan y actúan sobre una fe emotiva. Quien nace de Dios no vive una fe emotiva, sino que vive en la fe sobrenatural.
El que nace de la carne, se rinde a las pasiones del corazón y es cobarde para negarse a sí mismo. Es cobarde para tomar su cruz y seguir al Señor Jesús. No tiene el coraje de asumir su fe y de decir: “Yo creo en el Señor Jesucristo, y se terminó”. Es justamente por eso que los tímidos, cobardes y débiles no heredarán el Reino de Dios.
Dios enseñó que Su Reino es tomado por esfuerzo y son solamente los valientes que pueden tomar posesión de él. Los valientes son los nacidos de Dios, que poseen la fuerza de un buey salvaje, poseen la naturaleza Divina y el Espíritu Santo. Tienen la mente del Señor y, además de eso, son corajudos para asumir su fe e ir adelante, aunque tengan que pagar un precio alto por eso. Todos los nacidos de Dios pagan ese precio, pero los cobardes y tímidos en la fe no tienen ese coraje.
La conquista de la vida eterna se pelea en el campo espiritual, invisible. Es una guerra constante de vida o muerte espiritual. No hay empate, acuerdo o cualquier tipo de negocio. O se vence, o se es vencido. Y el vencido queda esclavo del vencedor. Por lo tanto, es necesario asumir la fe en el Señor Jesús, aun con todos los problemas, dificultades, persecuciones, injusticias, calumnias, prisiones y todo lo demás. Si usted nace del Espíritu, ciertamente va a superar todo y va a vencer. Pero si no nace de Dios, estará sujeto a las inclinaciones de la carne.
A veces, mientras está en la iglesia, la persona tiene incluso el coraje de levantar la mano, cantar y adorar a Jesús. Sin embargo, cuando deja aquel ambiente de fe, propicio a la adoración, su vida vuelve a ser igual que siempre. Quien no nació de Dios, no vive por la fe sobrenatural ni bajo las leyes del Espíritu Santo. Es siervo de sus emociones e inclinaciones carnales.