“(…) este pueblo se acerca a Mí con su boca, y con sus labios Me honra, pero su corazón está lejos de Mí, y su temor de Mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado (…)”
(Isaías 29:13)
Hoy, para el mundo, es Navidad. No es una fiesta originalmente cristiana; fue absorbida por el catolicismo, y la tradición se extendió a la mayoría de las iglesias evangélicas. La tradición hace que las personas crean en un tal “espíritu navideño”, que trae cosas como unión, fraternidad, etc. Todo el mundo intercambia regalos y se reúne para cenar. Pero al día siguiente ya están peleando nuevamente.
¿Para qué sirven las fiestas? ¿Para qué sirve el espíritu navideño? ¿Qué espíritu maligno es ese? Las personas se honran unas a las otras con regalos, pero a Dios solo Lo honran de la boca hacia afuera. Muchas peleas suceden la noche de Navidad. Muchas muertes. Muchas decepciones.
Muchos van a la iglesia, oran, ayunan, en fin, hacen todo lo que pueda caracterizarlas como buenas practicantes de la religión. Sin embargo, continúan distantes del Creador. Y permanecerán distantes, no importa cuánto se esfuercen en practicar los mandamientos mecánicamente. Dios no mira nuestro exterior, nuestra religiosidad. Dios mira nuestro interior y Se agrada de nuestra sinceridad.
El 25 de diciembre no es la fecha del cumpleaños de Jesús, pero, aunque lo fuera, no existe en ningún lugar de la Biblia un mandamiento para festejar el nacimiento de Cristo. Sin embargo, durante todo el Texto Sagrado encontramos advertencias para que cultivemos un corazón puro y sincero y nos mantengamos distantes de la hipocresía.
Dios no está mínimamente interesado en que se festeje la Navidad; lo que quiere es que usted sea sincero y transparente delante de Él.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo