Muchos quieren entender cómo comenzaron los conflictos entre los judíos y los árabes, que tanto sacuden Medio Oriente.
Como lo vemos en Génesis, Dios le prometió a Abraham un hijo biológico. Por su avanzada edad y la de su esposa, Sara (que, además, era estéril), el hombre ya no tenía más esperanzas. La promesa le dio un nuevo aliento, aunque pasaron algunos años para que el retoño llegara.
Pero su esposa no tuvo la misma paciencia. Buscó “hacer algo más” para que la promesa se cumpliera de inmediato. Convenció a su marido a convivir con su esclava fértil, Agar, quien quedó embarazada y dio a luz a Ismael. Sara prometió cuidar del muchachito, quien nació como si fuera su propio hijo.
Después de 14 años, todos se espantaron. Sara quedó embarazada y nación Isaac, el verdadero fruto de la promesa.
Un día, Sara presenció cuando Ismael se burlaba de Isaac. En ella creció un sentimiento de celos. Aquel que fue tratado como un hijo ya no merecía ser heredero de Abraham junto a su Isaac, a los ojos de la anciana.
Sara hizo de todo para que Abraham rechazara al hijo de la esclava. Buscando entendimiento en Dios, el patriarca decidió no escuchar el deseo de su esposa. El Señor prometió que se llamaría a la descendencia de Abraham, “como las incontables estrellas”.
Cierto día, Abraham se despertó muy temprano, y dejó a Agar y a Ismael salir al desierto, con un poco de agua y pan (ilustración).
A partir de los dos hijos de Abraham se formaron dos pueblos. Isaac dio origen a los judíos mientras que de Ismael, surgieron los árabes. Las discordancias entre ambos pueblos perdura hasta los días de hoy y parecen estar lejos de acabar. Los conflictos empeoran cada vez más, cada parte demanda para sí la Tierra Santa, reivindicando derechos históricos.
Ni siquiera el estabelecimiento del Estado de Israel, después de la Segunda Guerra, terminó con los conflictos que, según la Palabra, aun tiene mucho por delante, y en poco tiempo terminarán en lo que está previsto en el Apocalipsis.
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