La mejor forma de tener misericordia es evaluándose. Debo meditar sobre mi vida y reconocer lo equivocada que estuve, y las fallas que tengo. Pensar en cuánto necesité luchar para cambiar. Después de ese proceso, tengo la capacidad de entender al otro. Entonces, en la práctica, sería:
1- Para que yo, como madre, tenga misericordia. Necesito reconocer quién soy y cuánto necesito de Dios. Así entenderé a los demás cuando ellos se equivoquen.
2- Para que, como madre, enseñe misericordia a mi hijo: Necesito darle mi ejemplo. Discipularlo, enseñándole a ser con los demás como Jesús fue y es con nosotros.
Me gusta usar las propias experiencias del día a día de mi hijo para enseñarle. Un día decidí enseñarle a tener misericordia de un amigo que tenía problemas de conducta y le dije: “Gabi, tu amigo no tiene padre, ¿has pensado cómo sería tu vida sin tu padre? Nosotros no sabemos, pero tal vez él no tenga una persona que le enseñe. Entonces piensa que está haciendo lo correcto y por eso actúa así. Vamos a ponernos en su lugar”, le dije.
Desarrollamos una conversación que le hizo pensar y ponerse en el lugar del compañero. Fue la última vez que lo escuché quejarse. Nuestro testimonio diario, aplicados a sus vivencias, los llevarán a tener un carácter misericordioso. Invierta tiempo y trabajo en sus hijos, y los frutos vendrán en el momento justo.
Fuente: vivianefreitas.com