Grandes y pequeñas ciudades están sufriendo cada día más con el estrés y el ruido impuestos por el crecimiento.
Este problema ha sido potenciado aún más por la la falta de sensibilidad vigente. Es raro poder disfrutar de momentos que proporcionen tranquilidad y calma. En todos los lugares hay correría, gritos, claxon sonando, música a todo volumen, personas hablando por teléfono, etc.
Sin embargo, hay una variedad de actividades que no se pueden hacer y ni siquiera disfrutar, si el ambiente no ayuda. ¿Cómo oír una orquesta y contemplar la belleza del sonido de cada instrumento, con tantas cosas sucediendo al mismo tiempo?
¿Cómo alcanzar la búsqueda del conocimiento en una biblioteca, sin que consigamos sumergirnos en las letras del libro?
¿Cómo estar en un museo, ante obras raras, ricas en técnicas y expresión, y no estar callada para contemplarlas?
¿Ha pensado intentar entender una asignatura compleja en un aula donde los alumnos están en desorden?
Si para las cosas seculares el silencio ya vale oro, ¡ imagine para las cosas espirituales!
En el deseo de que el pueblo sacara el máximo provecho de las instrucciones, el Altísimo dijo cierta vez: ¡Guarda silencio y oye, Israel! Deuteronomio 27.9
Él no habla cuando estamos hablando, sino cuando estamos sedientos en silencio para oír.
Muchas personas van asiduamente a la iglesia, pero han perdido lo que es más valioso de Dios, simplemente por no dar reverencia a lo sagrado.
Antes de comenzar las reuniones en la iglesia, quedan conversando, riendo y asuntos que sólo las distancian de lo espiritual.
Es difícil ver a las personas programándose para llegar más temprano a las reuniones y permaneces en espíritu de oración. El ruido de la futilidad es lo que más se ha oído antes de las reuniones, y aceptándolo como algo normal.
En el silencio, no sólo asimilamos mejor las enseñanzas que nos son enseñadas, sino que tambien demostramos, un comportamiento de temor y apreciación delante de Dios, como dice: Bueno es esperar la Salvación del Señor, y eso, en silencio. Lamentaciones 3.26
La comunicación y el aprendizaje espiritual no se combinan con el atropello de las palabras y el ruido, como muchos piensan. Si así fuera, el Señor Dios no habría llevado a Sus siervos a los silenciosos desiertos, como lo hizo con Abraham, Moisés, Elías, Juan el Bautista y el Señor Jesús. Allí Su voz no competiría con nada más, pues era única y audible, ¿no es así?
¡Hasta la próxima semana!