Imagine una autopista con un intenso tránsito. Una multitud de autos a toda velocidad. Autos pequeños, grandes camiones que van y vienen bocinando y motos zigzagueando como quieren. Ahora imagine a un pajarito dando alegres y tranquilos aleteos entre la ferocidad de los autos. Si no mantiene el vuelo, su muerte es segura.
Así somos nosotros. Por más increíble que pueda parecer, somos ese pajarito que va en contramano de la vida. Mientras todos reman para un lado, seguimos en el sentido opuesto al mundo para guardar nuestra fe. El apóstol Pablo dijo que somos entregados a la muerte todos los días (Lea Romanos 8:36) Y eso nos hace como un pajarito en el aire, corriendo el gran riesgo de perder lo más importante, por no volar en el momento correcto.
¿Cuántas veces pasamos por situaciones en que nos sentimos acorralados a raíz de nuestra fe? En esos momentos es que necesitamos “crear alas” y salir volando (lo más rápido posible) de la compañía de los que buscan convencernos de lo contrario.
Observe lo que dice el libro de Santiago sobre esto: “!!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” (Santiago 4:4)
No es raro escuchar sobre personas que abandonan o se enfrían en la fe porque no lograron resistir las más insistentes y tentadoras invitaciones. En realidad, se dejaron llevar por las seducciones de este mundo a través de amigos o parientes. Hay casos en que el cristiano también es influenciado y termina negando su fe por miedo a ser insultado, miedo de parecer ridículo, o no querer perder una amistad, un status, o prestigio.
Somos considerados locos para el mundo, para nuestros amigos, familiares y conocidos. Somos despreciados e ignorados por quienes más amamos, pero eso es lo que nos hace fuertes porque si lo pasamos, estamos agradando a Dios. Todo cristiano pasa por un desierto y eso es motivo de alegría ya que nos acercamos más al Señor. De esta forma oramos más, ayunamos más y nos empeñamos en obedecerlo. De esta manera, además de que nuestra conciencia esté siempre limpia, nuestra fe produce efectos.
“Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos.” (1 Corintios 4:10-13)