“Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego el Señor: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.”, (Éxodo 3:6-8).
Cuando valoramos y meditamos en la Palabra de Dios, en Sus promesas y en el cumplimiento de las mismas, podemos observar maravillas. Y eso no es nada más ni nada menos que el reflejo de lo que Dios haría en los días de hoy y hará siempre con las personas que creen en Él, que creen en el mismo Dios de Abraham, de Isaac e Israel.
Cuando Moisés oyó la voz de Dios diciendo: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios”, Moisés se animó porque no estaba oyendo la palabra de cualquiera, él estaba oyendo la palabra del propio Dios que un día había hablado con sus padres, Abraham, Isaac e Israel. Pasaron muchos años, el pueblo de Israel estaba hacía 430 años en la esclavitud de Egipto, pero Dios solo dio el libramiento cuando el pueblo clamó.
Tal vez usted ha soportado y aguantado su dolor. Ha soportado la miseria familiar, su matrimonio en crisis, su salud frágil, su problema económico. Usted ha administrado problemas porque los ha soportado. Fue eso lo que sucedió con el pueblo de Israel, que venía soportando la esclavitud hasta que llegó un punto en que no se podía soportar más. Recién ahí el pueblo clamó y Dios lo escuchó. Pero, ¿si Dios estaba viendo atentamente la aflicción de Su pueblo, por qué Él no vino al encuentro de su necesidad?
El pueblo sabía que tenía una promesa en las manos, pero pensaba, como muchos creyentes piensan. Ellos tenían conocimiento, sin embargo, no hacían nada. Esperaban que las promesas de Dios se cumplieran automáticamente. Entre las promesas de Dios y el cumplimiento de las mismas existe un vacío, un abismo enorme. Dios prometió librar a los hijos de Israel, pero Dios sabía que solamente después de que ellos clamaran Él descendería. Hubo un clamor que llamó la atención de Dios. Hubo una acción para que Dios reaccionara a favor de Su pueblo.
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