Elí era un sacerdote que educaba a sus hijos, Ofni y Finees, según las ordenanzas de Dios, aunque a ellos no les importaba Dios y cometían muchísimos pecados (1 Samuel 2:12 y 17).
El sacerdote no fue totalmente ajeno, porque los reprendía y ministraba según el sacerdocio (1 Samuel 2:22-25). Pero eso no fue suficiente, Dios quería que él fuera más severo, pues, como era, terminaba tolerando los pecados de sus hijos.
El sacerdote se limitó solamente a ignorarlos, pero todos conocían la Palabra de Dios. Lo que agravó aún más la situación es que Elí no quería disciplinar a nadie. Sea por su vejez o por su falta de paciencia, simplemente dejó que Ofni y Finees desobedecieran a Dios (1 Samuel 2:29-30).
Por esa desobediencia y, hasta el comodismo, Dios decidió que la solución para los hijos de Elí era la muerte. Sin embargo, la falta de obediencia y la negligencia del sacerdote provocaron no solo la muerte de sus hijos sino de todo su linaje (1 Samuel 2:30-36).
No siga el mismo ejemplo
Si callar ante los errores de un hijo es algo muy común en estos tiempos. Quizás porque los padres no saben lidiar con sus hijos, qué decir y cómo actuar.
Pero, si los padres estuvieran dispuestos a seguir a Dios y todos sus preceptos, ellos deben ir hasta las últimas consecuencias para salvar a sus hijos del pecado. Y con seguridad tendrán Su dirección.
Si se callan, si lo niegan, dejan que el comodismo y la falta de coraje para lidiar con un problema estén por encima del amor paterno, y dan espacio para que la muerte se encargue de toda la familia.
Sus hijos son regalos del Señor, por lo tanto, no sea negligente. Luche por ellos, para que no mueran en el pecado, así como Ofni y Finees. Que ellos sean una herencia bendita de Dios, sacerdotes reales, que tienen placer en todo lo que proviene de los cielos.