“Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer.” Juan 15:4-5
Dios quiere darles lo mejor a las personas, así como los padres quieren darles lo mejor a sus hijos. Él nos dio al Señor Jesús, que entregó Su vida por todos, y nos da el privilegio de ser Sus hijos cuando Lo obedecemos. El Señor Jesús, a su vez, nos da el Espíritu Santo, el cual nos guía. Esto significa que el que tiene al Espíritu Santo hace la diferencia entre las personas.
No obstante, para recibir al Espíritu Santo, es necesario que la persona invierta toda su capacidad, todos sus sueños y todo lo que tiene en Él. Por supuesto que es un sacrificio levantarse a la madrugada para orar, por ejemplo, pero es necesario que la persona fuerce su naturaleza y venza el sueño o el deseo de dormir al ponerse de rodillas, con el rostro en el suelo, y busque al Espíritu Santo.
Es imprescindible entender que para recibir al Espíritu Santo es necesario entregarse de cuerpo, alma y espíritu. Es fundamental entregar su esfuerzo, su vida y su todo. Dios quiere darles Su Reino y Su Justicia a las personas, sin embargo, es necesario que ellas Lo busquen. Así, al recibir al Espíritu Santo, tendrán también el Reino de Dios en su interior.