“¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro? También decís: Si alguno jura por el Altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor. ¡Necios y ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el Altar que santifica la ofrenda?”, (Mateo 23:17-19).
Jesús censuraba a los que le daban más importancia al oro. Él quiso decir que el Altar y el Templo eran más importantes que el oro traído.
El Señor hizo hincapié en decir que el Altar y el Templo eran mayores que la ofrenda y el oro. Lo dijo porque para santificar y bendecir el mayor bendice al menor. Como está escrito:
“Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor.”, (Hebreos 7:7). ¡El Señor Jesús, con esta enseñanza, rescató la Santidad de Altar!
“Por tanto, si traes tu ofrenda al Altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del Altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.”, (Mateo 5:23-24).
Es tan fuerte que, si alguien va al Altar a presentar su ofrenda y tiene un conflicto contra otra persona, primero debe arreglar su situación. Si no lo hace, no habrá diferencia en su vida. Si no hay respeto hacia el Altar, Él no nos bendice, porque no está siendo sincero.
¡El Altar prueba quienes somos, nuestra ofrenda no miente! Como las de Abel y Caín, que mostraron las diferencias entre ellos.
Cuando trata al Altar con desprecio, se perjudica. Esa es la razón del fracaso de muchos en la Iglesia, la forma en la que tratan al Altar.
Muchos ponen cualquier cosa en el Altar y dicen que eso es mejor que nada, ¡pero para Dios no existe “mejor que nada”! Cuando uno se entrega 100%, el Espíritu del Altar entra y nos hace una nueva criatura, un Altar ambulante, la propia bendición. Si ponemos nuestro todo, el Altar no nos deberá nada, porque Él es mayor que nosotros. ¡El Altar santifica la ofrenda!
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