Basta que haya una persona dispuesta para que Dios pueda restaurar, liberar, sanar, proteger, blindar y salvar a sus familiares. ¿Y si sos vos?
La mayoría de los titulares de las noticias que involucran a familias son aterradores. Relatan casos de agresiones físicas, verbales y emocionales; asesinatos entre padres e hijos; abandono o fugas de seres queridos; adicciones; pobreza, entre tantos otros males que revelan lo más cruel del ser humano. Este tema, incluso, fue el foco de los reportajes especiales de las dos últimas ediciones de Folha Universal. En estas se abordaron los constantes ataques que sufre la familia, la importancia de protegerla y cómo restaurarla, considerando cuánto Dios ama y cuida a las familias, porque Él también tiene una familia y podemos formar parte de ella.
El sueño de muchas personas es tener una familia restaurada, unida, siguiendo el modelo establecido en el Reino de los Cielos y corroborado con la creación de la primera familia en el Jardín del Edén. Muchos sueñan con ver a toda su parentela al lado suyo en la Casa del Señor, con sus familiares libres de los vicios, de la criminalidad, de la infidelidad, de la falta de amor y de todos los problemas originados por el mal. ¡Tenés que saber que eso es posible! Hay un dicho popular que dice que “una golondrina no hace verano”, pero en lo que respecta a la fe, es diferente: si una sola persona está dispuesta a interceder por otra, será capaz de transformar todo su hogar.
¿Qué es un intercesor?
Es como un abogado que orienta, defiende y hace vencer frente a las dificultades; al fin y al cabo, es quien hace la mediación entre el juez y el acusado. En el Texto Sagrado, conocemos diferentes intercesores que, en un acto de amor por el prójimo, hicieron mediaciones con Dios según las necesidades del momento. Abraham, por ejemplo, intercedió ante el Señor por la ciudad de Sodoma (Génesis 18:23-33) y, por eso, Él salvó a Lot, su sobrino, y a su familia (Génesis 19); Moisés intercedió ante el Faraón por la liberación de los israelitas (Éxodo 5); y la reina Ester presentó su petición al rey de Persia, Asuero, para salvar a los judíos del decreto de muerte (Ester 7 al 9). Ellos fueron algunos de los muchos intercesores que, en ocasiones, rogaron a Dios o fueron instrumento de Él para cumplir Sus planes. El intercesor es esa persona que se pone a disposición para ayudar al prójimo. ¿Y hay alguien más próximo a nosotros que nuestros propios familiares? No.
El intercesor es aquella persona que se esfuerza por suplir lo que le falta a otra. El intercesor es el que se coloca entre el débil y el fuerte para que el fuerte pueda ayudar al débil. El intercesor es el que se pone entre el incrédulo, que aún no cree y que todavía no tiene fe para buscar a Dios, para que llegue a conocerlo. Entonces, esa persona tiene un papel muy importante en la fe.
Por esa razón, Dios siempre está en busca de un intercesor, como se describe en Isaías 59:16-20:
“Vio que no había nadie, y se asombró de que no hubiera quien intercediera. Entonces su brazo le trajo salvación, y su justicia le sostuvo. […] Y vendrá un Redentor”. Isaías 59:16-20
Con base en esta Palabra, se espera que el verdadero cristiano sea un ferviente intercesor, sobre todo por los seres queridos que aún no pueden luchar por sí mismos.
El Mayor Intercesor
Desde la caída del ser humano en el Jardín del Edén, vemos a Dios interceder en favor de Sus escogidos. Su Justicia es perfecta e innegociable y, por ello, incluso ante el pecado, Él actuó con misericordia hacia la primera familia, postergando su muerte, sacrificando por ella y enseñando que toda elección tiene una consecuencia, sea buena o mala (leé Génesis 2 y 3). A lo largo del Texto Sagrado, acompañamos diversas manifestaciones de la misericordia de Dios hacia Su pueblo y todos los que siguen Sus principios.
Pero la mayor intercesión fue en el plan de Salvación. El Mayor Intercesor es el Señor Jesús. En 1 Juan 2:1-3 leemos que
“… Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Y en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos”. 1 Juan 2:1-3
Gracias al sacrificio consumado en la cruz, el Hijo Unigénito intercedió ante Dios para que podamos formar parte de Su familia y aún interceder para que nuestra familia terrenal también sea parte de esa familia celestial.
¿Qué tal si vos también lo sos?
Como se dijo anteriormente, Dios busca a un intercesor, y no hay condiciones predefinidas para que vos seas uno entre tus familiares. Rahab, por ejemplo, tal como se menciona en la Biblia, era una prostituta en Jericó y, al actuar a favor de los espías hebreos, intercedió por sí misma y por su familia (Josué 2), lo que la hizo ser salvada de la destrucción de la ciudad (Josué 6:22-25). Es más, Rahab no solo se salvó de la destrucción de Jericó, sino que también salvó a sus familiares y tuvo su vida completamente transformada, y de una manera tan sorprendente que forma parte de la genealogía de nuestro Mayor Intercesor (Mateo 1:5).
Cabe recordar que interceder por tus familiares no es un acto aislado que termina cuando se obtiene la respuesta, sino algo constante, que debe hacerse continuamente. Más aún, en el Texto Sagrado está escrito que “… si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo”. (1 Timoteo 5:8). Sin embargo, cuidar de los tuyos no significa, por ejemplo, solamente suplir necesidades físicas o ayudarlos cuando surge una enfermedad o un problema económico, sino, y sobre todo, cuidar de lo que es eterno: la Salvación del alma.
La Salvación eterna es individual. Sin embargo, podemos y debemos interceder constantemente por la liberación, conversión y Salvación de nuestros familiares. Esta intercesión se ve a través de tus oraciones diarias, de tus propósitos y también en tu comportamiento cotidiano, cuando sos amable con tus familiares, actuás con respeto hacia ellos y cuidás las palabras que salen de tu boca.