“Confía callado en el SEÑOR y espérale con paciencia; no te irrites a causa del que prospera en su camino, por el hombre que lleva a cabo sus intrigas. Deja la ira y abandona el furor; no te irrites, solo harías lo malo.”
(Salmos 37:7-8)
Y, sin duda, es irritante ver a personas practicando el mal. Más irritante aún es ver eso entre los que se dicen de Dios. La maldad se ha esparcido por el mundo de tal manera que cada día suceden más y más situaciones que nos provocan ese tipo de indignación.
Sin embargo, no podemos impacientarnos con eso. Dios le orienta a mantener el autocontrol en esos momentos y a no irritarse a causa de aquel que prospera en su mal camino. “Deja la ira y abandona el furor; no te irrites” puede ser un consejo difícil de ser practicado cuando hierve la sangre. Sin embargo, si no fuera posible, Él no nos pediría que lo hiciéramos.
Pero, ¿por qué Dios nos pide eso? ¿Porque quiere que el mal prevalezca? ¡Mil veces no! Él nos pide eso para que pueda hacer justicia. Si nos indignamos contra la persona y nos impacientamos por el hecho de que continúa practicando la injusticia, desviaremos nuestra atención del verdadero enemigo (el espíritu maligno que creó la situación). Dejando la ira, confiaremos en Dios, entregándole a Él la solución de ese caso. Entonces, Él hará prevalecer la justicia.
Mantenga el autocontrol y confíe en Dios, para que la justicia prevalezca.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo