La fe que agrada a Dios es la sacrificial, está disociada del sentimiento. Lo que interesa es que crea que lo que está escrito sucederá. En el Salmo 4:5, dice: “Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en el Señor”. Es decir, la fe tiene que estar acompañada del sacrificio, incluso si todo está en su contra.
Sacrificio es dejar de oír al corazón y tener certeza, confiar. Debemos tener la fe que no siente.
Cuando la tiene, usted sacrifica y confía, está sosegada, no escucha a nadie, no se preocupa. Esa es la fe de nuestro Señor Jesús, que al ser tentado por el diablo dijo, “está escrito”. No se rindió ante el hambre porque estaba ayunando. Él no escuchó a la razón, usó la fe, escuchó a la voz del Padre. No le hizo caso al estómago o al corazón, dejó los sentimientos a un lado y apeló a lo que estaba escrito, así es como tiene que ser. Eso es la fe que confronta al diablo y lo derrota. Satanás aprovecha los sentimientos, tenemos que evitar el verbo sentir. Es decir, yo no siento a Jesús, pero creo que está acá.
No necesita ver, sino creer. El corazón es tan desgraciado que Dios no lo cura, lo saca y pone uno nuevo, como señala la Biblia: “… y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.”, (Ezequiel 36:26).
Por eso, solo al sacrificar y confiar, la justicia llegará. No sirve preguntar por la respuesta, tampoco la ansiedad. Debe ir al Altar con toda la fuerza, sacrificar y creer. La fe es para realizar lo imposible, no importa lo que sentimos o dejamos de sentir. En los vendavales de la vida, resiste y vence cuando confía 100 % que Dios está con usted. En esa fe llevaremos sus pedidos al Valle de Josafat, valle de la Decisión. La Palabra de Dios dice que allí, Él se sentará a juzgar a todas las naciones. Vamos a confiar, a creer que hará justicia, que responderá.
“Despiértense las naciones, y suban al valle de Josafat; porque allí me sentaré para juzgar a todas las naciones de alrededor.”, (Joel 3:12).
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