Por más pesada que sea nuestra carga de cada día, aun así es infinitamente inferior cuando asumimos el yugo del Señor Jesús.
Si alguien lamenta el peso de la cruz, de la carga por la causa cristiana o su yugo, puede tener la más absoluta certeza de que eso no tiene nada que ver con el yugo del Señor. Incluso porque está escrito, determinado y prometido que, cada día, el Altísimo lleva nuestra carga (Salmos 68:19).
El gran problema es que a causa de nuestras malas elecciones, cosechamos los malos frutos. Y cuando los cosechamos, no podemos debitarlos en la cuenta de nuestro Señor.
Despreciamos, ignoramos e incluso rechazamos hacer Su voluntad. ¿Y en la cosecha amarga de la carne Le reclamamos? ¿Es justo?
He aprendido que, por mayor que sea mi fe, jamás puedo usarla para hacer que prevalezca mi voluntad.
En este caso, vale el dicho: “Errar es humano; perseverar en el error es diabólico”.
Quien quiera evitar el mal, que huya de él. O sea, quien no quiera ser víctima de la violencia y de los males de este mundo, aléjese de sus propuestas diabólicas. Huya de las malas compañías, huya de las fiestas plagadas de drogas y alcohol; huya de videos, películas, canciones, bailes o cualquier fiesta, reunión pública o privada que estimule el sexo o los deseos de la carne.
Si esto es tenido en cuenta, ciertamente el cristiano sabrá que el yugo del Señor Jesús realmente es ligero y Su fardo es liviano.
“Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga.”, (Mateo 11:29-30).
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