Los hijos de la carne son los convencidos de su conversión. Ese convencimiento se da por el hombre y no por el Espíritu de Dios. Su naturaleza carnal neutraliza la fe, a pesar de su religiosidad. Esas personas, cuando están en la iglesia, se sujetan al clima de fe allí existente. Pero, si están en un ambiente contrario a la fe, absorberán las dudas allí sembradas.
El nacido de la carne es como la luna, que no tiene luz propia y vive de la luz solar. Así son los hijos de la carne; mientras que están en la iglesia, su fe aparentemente, está en alta. Creen ciegamente en la Palabra allí predicada. Sin embargo, cuando salen de aquel ambiente de fe, permiten fácilmente la acción de dudas. Resumiendo: son una persona dentro de la iglesia y otra fue de ella. Y, ¿cómo alguien vence sus luchas diarias si no tiene dentro de sí mismo la firmeza de la fe?
La lucha del ser humano es estrictamente espiritual y se limita al campo espiritual de cada uno, en su interior. Si el interior está fuerte, la victoria se reflejará en su exterior; pero si su interior está débil, la derrota también se reflejará en su exterior.
La fuerza del interior humano está en la fe establecida por la Palabra de Dios. Es la fe inteligente que se refiere a la razón, al intelecto, a la mente o al espíritu. Cuando Pablo dice que tenemos la mente de Cristo, está refiriéndose justamente a los pensamientos del Señor Jesús. El nacido del Espíritu tiene los pensamientos de Dios.
Pero lo mismo no sucede con los hijos de la carne, a pesar de que creen en Dios, aún así cultivan la fe solo en el corazón, sin el uso de la inteligencia, o sea, la fe emotiva. Este tipo de fe es circunstancial y no presenta resultado. Allí está el por qué la mayoría de los “creyentes” viven al margen, en el fracaso total.
La naturaleza carnal paraliza la fuerza interior, haciendo con que la fe racional sea inoperante. Por eso, el apóstol Pablo afirma: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (Romanos 8:13).
Podemos entender mejor esa Palabra de la siguiente forma: si vivimos satisfaciendo nuestra voluntad, caminaremos para el infierno. Peor si vivimos satisfaciendo la voluntad del Espíritu Santo, haciendo morir nuestros deseos personales malignos, seguramente seremos salvos.
Mortificar las obras de la carne significa evitar actitudes que estén en contra de la voluntad de Dios. Mientras esté “viva”, la carne puede ser estimulada por los espíritus inmundos a hacer lo que la persona no le gustaría hacer. Pero, si se niega a sí misma, estará mortificando la carne. Consecuentemente, las fuerzas espirituales de mal serán neutralizadas.
Si la persona usa las páginas de pornografía de internet, por ejemplo, es obvio que ella se prostituirá con los ojos. Sobre ese tipo de actitud, el Señor Jesús dijo: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mateo 5:28)
Cuando se determine a actuar en contra de su voluntad obedeciendo la Palabra de Dios, el Espíritu Santo, Realizador del nuevo nacimiento, lo hará una nueva criatura.
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(*) Texto extraído del libro “Mensajes del obispo Macedo”
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