¿Se imagina la posibilidad de evitar 20 mil infartos y 7 mil muertes por año solo en el territorio norteamericano? Ese es el objetivo de la Agencia de Drogas y alimentos de los Estados Unidos (FDA, en su sigla en inglés), que divulgó en noviembre una propuesta para eliminar el uso de aceites hidrogenados, conocidos como grasas trans, de los alimentos producidos en aquel país.
La propuesta estará en revisión pública durante 60 días. Las industrias de alimentos necesitan probar que ese tipo de grasa no es perjudicial, para evitar que la medida entre en vigencia. Una misión prácticamente imposible, porque los estudios científicos realizados en los últimos años prueban exactamente lo contrario.
La grasa trans es un tipo específico de grasa formada por un proceso químico, producido a través de la transformación de aceites vegetales líquidos en grasas sólidas, a partir de la adición de hidrógeno. Ese proceso puede ser natural – ocurre en la digestión de animales rumiantes, como los bovinos – o artificial. El peligro está en la segunda forma de producción.
La grasa producida artificialmente es una verdadera villana, porque contribuye al aumento del colesterol malo (LDL) y a la disminución de los niveles del colesterol bueno (HDL). “Esta grasa no trae ningún beneficio para la salud. Queda almacena en el cuerpo, porque no es sintetizada por el organismo. Esta acumulación es perjudicial, causa la grasa abdominal, la obesidad y otras enfermedades”, dice la nutricionista Michelle Carelli.
Una sustancia que favorece la aparición de diabetes, hipertensión, infarto e incluso arterioesclerosis (acumulación de capas de grasa en las arterias), lo que causa el accidente cerebro vascular (ACV), está lejos de ser algo saludable.
Aun con todos los riesgos que puede causar, la grasa trans también se destaca en el comercio alimenticio. Las ventajas ofrecidas son más benéficas para la propia industria que para los consumidores. Es más barata que las demás grasas, como la manteca, y es capaz de aumentar la durabilidad y la validez de los productos. Es un plato lleno para los grandes productores, porque reduce las pérdidas de alimentos y, consecuentemente, los perjuicios económicos.
Los alimentos fabricados con el compuesto trans llegan a las góndolas de los supermercados más sabrosos y consistentes. Ese compuesto es bastante común en biscochos rellenos, galletitas, palomitas de maíz de microondas, helados, margarinas y en las comidas del tipo fast food. Pero el placer de comer una papita bien crocante o de saborear un cremoso helado no compensa el daño causado al organismo. “La industria no está preocupada por la salud de las personas”, afirma la nutricionista.
Debates y discusiones sobre el asunto no son ninguna novedad. Hace 11 años (2003), la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe que ya clasificaba a la grasa trans como una grasa capaz de contribuir para la aparición de enfermedades cardiovasculares.
En Brasil, ese tipo de grasa no está prohibida, pero la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa), recomienda la ingestión máxima de dos gramos diarios. En agosto del 2006, entro en vigencia en el país una norma que obliga a los fabricantes a especificar en los envases la cantidad de grasa trans contenida en los alimentos. La población pasó a tener el derecho a saber cuáles son los alimentos que son fabricados con esa grasa. Pero esa medida aún no es suficiente para terminar con el consumo de esa sustancia.
“Es necesario observar los rótulos. Muchas veces, la persona consume la grasa trans sin saberlo. En la tabla de información nutricional, el índice del 0% no quiere decir que aquel producto esté libre de la sustancia”, revela la nutricionista Michelle Carelli. Eso sucede porque, de acuerdo con la resolución del etiquetado de Anvisa, los alimentos que tienen hasta 0,2 gramos en la proporción indicada por el fabricante no necesitan señalar la presencia de la grasa trans.
Michelle también alerta al consumidor para los otros nombres que definen a los ácidos trans. “Si mira el envase y no encuentra el término ‘grasas trans’, fíjese si dice ‘grasa vegetal hidrogenada’. Estas cambian de nombre, pero la grasa es la misma.”
El Ministerio de Salud (MS) promete renovar la cooperación con la Asociación Brasileña de la Industria de alimentos (Abia), iniciada en el 2007, que permite la reformulación de los alimentos procesados. Según el MS, el acuerdo de la cooperación permitió el retiro de 230 mil toneladas de grasa trans del mercado desde entonces.
Al verificar la tabla nutricional presente en el rótulo, el consumidor brasileño tiene la opción de eliminar los alimentos perjudiciales del menú. Le corresponde a los organismos responsables dar una medida de control o incluso prohibir esta grasa. Mientras esto no suceda, también le corresponde a la población la consciencia de que estos alimentos no deben ser adquiridos, ya que no traen ningún beneficio. Mientras exista un consumidor existirán productores y fabricantes.
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