A simple lectura, estos términos parecerían decir lo mismo, pero no es así. Porque, una cosa es tener la certeza de la existencia de Dios y otra, muy diferente, es entregarse a Él por completo.
Muchas personas se quejan de sus problemas y alegan que su fe en Dios no les proporciona ningún resultado a sus vidas. Esto se debe a que solo han creído meramente en Su existencia, pero no se han despojado de sus dudas ni tampoco del pecado. Si lo hubieran hecho, el cambio hubiera sido evidente.
Algunos se consideran siervos de Dios porque hacen obras de caridad o ayudan al prójimo, pero, aunque esto sea sumamente importante, no significa nada. Porque los verdaderos siervos tienen la esencia del Altísimo en su interior. Por lo tanto, entregan sus vidas en el Altar, esto incluye el alma, los pensamientos, los sueños, entre otras cosas.
Si fuera suficiente con saber que Dios existe, no habría tantas personas que se autodenominan “cristianas” sumergidas en diversos conflictos. De hecho, incluso los demonios conocen el poder del Señor, pero no por eso dejan de ser seres malignos (Santiago 2:19).
Los que disciernen
Las aflicciones y las luchas separan a los que son de Dios de los que no lo son. Porque, los que confían verdaderamente en Él, Le encomiendan su vida y, por eso, vencen los desiertos. En cambio, los que no poseen el Espíritu Santo, no tienen la capacidad de esperar el socorro del Señor.