Hace muchos años, las relaciones entre padres e hijos eran bastante más distantes que ahora: no se tuteaba al papá o a la mamá, se hacía exactamente lo que ellos decidían, incluso en temas tan importantes como con quién nos casaríamos o qué carrera estudiaríamos.
En la actualidad, la relación es mucho más cercana e informal. Se han derribado muchas barreras pero también se han desdibujado un tanto los límites que los mayores debemos poner.
La pérdida o la falta de autoridad no permiten que ese niño o esa niña reciban una educación apropiada. Se pueden establecer límites y disciplina con firmeza y, al mismo tiempo, con cariño y dulzura. Es más trabajo poner límites y negarles cosas a los chicos en vez de decirles que sí a todo y quedar siempre bien. Esto puede parecer en principio un mejor vínculo, pero, en realidad, es una falta de ubicación en el papel que nos toca desempeñar dentro de la familia que constituimos.
El peligro de los excesos
La amistad, en el sentido estricto, no puede darse entre padres e hijos. El intercambio que la amistad implica solo puede alcanzarse entre pares. El hijo -niño, adolescente o joven- puede llegar a confiar en el padre sus problemas y sus más íntimas experiencias, actitud que no puede darse a la inversa. El hijo no puede comprender y asimilar los problemas del padre. Padres e hijos no son pares. En cambio, en un sentido amplio, tal amistad posible: el padre puede llegar a ser, si no el “mejor amigo”, al menos un amigo.
El niño debe encontrar en él al primer amigo pues es su confidente natural. Es la primera persona en que el niño confía, pero ¿por qué, en la mayoría de los casos, eso no sucede al llegar el niño a la pubertad, si no antes?.
“Si al ir creciendo te interesas en sus historias, sus sentimientos y pensamientos cotidianos, si cuando se equivoca puede ir recibiendo límites y retos, pero sin sentir que lo dejarás de querer por su comportamiento, le ayudará para tolerar y levantarse de los dolores que la misma vida le irá trayendo.” reafirma Mónica Andrea López Hernando, Directora de la Sociedad Chilena de Psicología Clínica.
No es necesario ser un par de tu hijo para que confíe en ti, pueden mantener una relación cercana, honesta, afectiva, donde pueda hacerte parte de su vida. Sólo basta que te des el tiempo para conocerlo, interesarte por sus intereses, sus vivencias, por todo lo que lo rodea, respetando su privacidad, sus ritmos personales y sus preferencias, pero guiándolo, cuidándolo de una manera adecuada (sin invasiones o sobreprotecciones excesivas).
El mayor problema con buscar ser amigos es que parecería que los dos miembros de esta relación están al mismo nivel y no es así: el vínculo entre padres e hijos no es simétrico. Intentar que lo sea genera una pérdida de control y dudas. Los padres y las madres educan a los hijos. Este es su rol básico. Es importante que tomen las decisiones con respecto a la vida de sus niños, con responsabilidad, por supuesto que teniéndolos en cuenta, pero dejando en claro que ellos son los mayores a cargo. Esta clase de crianza da lugar a adultos responsables que saben qué lugar ocupan en cada momento y situación de su vida y cuentan con herramientas apropiadas para salir adelante y llevar una vida plena.