Jesús, al entrar en una aldea, encontró a diez hombres leprosos que no podían entrar en la ciudad, pero, al verlo de lejos, levantaron la voz y dijeron:
“… ¡Jesús, Maestro! ¡Ten misericordia de nosotros!” (Lucas 17:13). Jesús, entonces, les ordenó que fueran a ver a los sacerdotes (Lucas 17:14)
pues, antiguamente, la persona que contraía lepra tenía que presentarse ante el sacerdote para ser examinada.
Con este pasaje, entendemos la fe que esos leprosos tuvieron, pues, aun estando lejos, ellos se detuvieron y levantaron la voz para hablar con Jesús. Y esa es la fe que una persona que ha enfrentado problemas necesita tener: invocar a Dios y manifestar su fe en obediencia a Su Palabra. Aquellos hombres estaban literalmente condenados a muerte, pero, por la fe, recobraron la alegría.
Y uno de ellos, incluso siendo samaritano, volvió glorificando y agradeciendo al Maestro, tanto que Él le cuestionó:
“… ¿No fueron diez los que quedaron limpios? Y los otros nueve, ¿dónde están? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? (…) Levántate y vete; tu fe te ha sanado” (Lucas 17:17-19).
La verdadera fe que manifestamos en Dios, además de salvarnos, nos hace justos delante de Él. El Señor Jesús vino para todos los que Lo invocan. Él es Misericordioso, Justo y ama el alma del pecador. Entonces, a partir del momento en el que depositás tu fe en Él, tenés el derecho y el privilegio de recibir las bendiciones de Dios.
Así como vimos en este pasaje de los leprosos, hemos visto a muchas personas radiantes al ser curadas, liberadas y felices por la restauración de la familia. Eso es lo que sucede cuando se manifiesta la fe en la Palabra de Dios.
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