Existen en nuestras iglesias muchas verdades con respecto a la fe que las personas no logran comprender, y creo que esta es la razón por la cual muchas se decepcionan de su propia fe. En realidad, muchas veces simplemente creen en lo que sus ojos están viendo.
Nosotros creemos en la Palabra de Dios de todo nuestro corazón; creemos que todo lo que en ella está escrito realmente sucedió. Sin embargo, hoy existe una gran diferencia entre creer en los milagros escritos en la Biblia y tener la certeza de que se repetirán hoy, de la misma manera como sucedieron en los días apostólicos. Pero si Dios es el mismo, los problemas también son los mismos. La diferencia está en el hecho de que las personas del primer siglo poseían mucha fe, al paso que las de hoy solo creen.
Cuántas veces nos engañamos con lo que solemos llamar fe, pero que creemos. El ejemplo cristalino sobre este asunto lo tenemos en el libro de Hechos de los Apóstoles, cuando algunos judíos exorcistas ambulantes intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre aquellos que estaban poseídos con espíritus malignos. Estos hombres, de hecho creían en la autoridad de Pablo y en el poder del nombre del Señor Jesús, pero no tenían la certeza de que ese poder fuese suficiente para expulsar aquellos espíritus inmundos.
Muchas veces nosotros también hemos hecho lo mismo cuando, usando el nombre del Señor Jesús, ordenamos que el espíritu maligno que está dominando a determinada persona, salga; pero solo creemos en lo que dice la Palabra de Dios, no asumiendo la autoridad que la misma nos confiere realmente.
Creemos de todo corazón que las enfermedades y los demonios no pueden resistirse al poder del nombre del Señor Jesucristo; pero en el fondo del alma existe un vestigio de duda sobre si aquello funciona o no.
¿Dios Se olvidó de Sus promesas? No.
El gran problema es que muchas personas solamente creen en lo que está escrito, pero no tienen la plena certeza de que esta verdad tiene que cumplirse en sus vidas hoy, porque, cuando la persona cree y tiene la certeza de que las promesas de Dios son para ella hoy, así como lo fueron para los del pasado. Entonces, la actitud en relación a la palabra, y delante de Dios, es reivindicar de todo corazón hasta que se cumpla lo prometido y no esperar que un día su vida cambie.
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