¿Cuál es la razón de tener que pedirle a Dios algo que Él ya sabe anticipadamente que tanto necesitamos? Dependencia, ¡eso es! Dependemos de Dios y Él quiere que sea así, no porque desee esclavizarnos o atarnos a la fuerza, sino porque eso significa comunión, la relación que Él más desea con Sus hijos e hijas. El Señor Jesús expresó ese glorioso sentimiento divino en relación a Sus seguidores cuando dice:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!”, (Mateo 23:37).
La figura de la gallina, que va delante de sus pollitos, guiándolos a los alimentos, abriendo sus alas y acogiendo a todos, protegiéndolos de la intemperie, demuestra excelentemente el significado de la comunión que Dios quiere establecer con Sus hijos. Lo que el Señor dice en Su Palabra es que Él desea vivir en perfecta comunión con nosotros. La verdad es que siendo carnales, individualistas, egocéntricos y egoístas, casi nunca hemos tenido oídos para escucharlo, por eso a veces incluso inconscientemente, lo despreciamos a diario.
Cuando vienen las necesidades, los problemas y nos quedamos impotentes delante de las circunstancias adversas, corremos hacia Él, por medio de la oración, el ayuno y la lectura de la Biblia. Imagino que si no hubiese necesidad de pedirle ayuda, y si nuestras voluntades fuesen suprimidas automáticamente, entonces nunca tendríamos tiempo para un relacionamiento de comunión y amor con Él.
En el comienzo de la Biblia, encontramos un ejemplo glorioso del gran deseo de Dios de estar permanentemente en comunión con Sus hijos. Es el caso de Enoc. La Palabra de Dios no brinda mucha información respecto de él. Dice solo que vivió trescientos setenta y cinco años, y que:
“Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.”, (Génesis 5:24).
Creo que él tenía un carácter tan de acuerdo con la voluntad de Dios, que el Señor lo tomó para sí, sin que tenga que experimentar la muerte. Quizás surja la pregunta: ¿cómo es posible mantener un relacionamiento tan estrecho con Dios, siendo nosotros tan carnales? ¡A través de la fe sobrenatural!
¡Ella es el único canal de comunicación entre el ser humano y Dios!
De hecho, la fe sobrenatural es un don divino que necesita ser desarrollado. ¡Es como la vida, que necesita de cuidados! De la misma manera en que se cuida a un niño, ¡así también debe ser con la fe que Dios nos ha dado! Es una dádiva divina que tiene como objetivo principal mantener un estrecho relacionamiento con Él. Es a partir de esa relación diaria y constante, que alcanzamos siempre la victoria.
Esa preciosa pista fue revelada proféticamente por David, cuando dice: “Deléitate asimismo en el Señor, “Y él te concederá las peticiones de tu corazón.”, (Salmos 37:4). Qué es lo que más puede agradarle, será una relación diaria, íntima y profunda con Él. ¡Justamente fue ese el objetivo con que Dios creó al ser humano! ¡Para vivir en comunión permanente con Él! Mucho antes de la caída de Adán y Eva, había perfecta comunión con el Creador. Adan no tenía que sudar para tener acceso a los alimentos de la tierra, y mucho menos Eva tenía que dar a luz en medio a dolores, ¡no! Había una trinidad que se conformaba perfectamente: Dios, el ser humano y la naturaleza. Cuando el hombre pecó, quebró esa conformación y pasó su autoridad y dominio sobre la Tierra a satanás. ¡Desde entonces vino el caos!
Cuando el Señor Jesús vino, no solamente trajo la salvación eterna, sino que también recuperó a los que obedecen a Su Palabra, dominio y autoridad. De forma que, quienes realmente nacieron de Dios tienen la obligación de vencer, porque la victoria no le pertenece sino a quien los preparó. Por eso mismo es que el apóstol Juan afirma con singularidad: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.”, (1 Juan 5:4).
¡Qué Dios los bendiga abundantemente!