Los que viven la fe sobrenatural tienen el derecho y el privilegio de vivir las promesas de Dios materializadas en sus propias vidas, pues está escrito: “Y estas señales seguirán a los que creen…” (Marcos 16:17).
Es enorme la diferencia entre la calidad de vida de los que creen y las de los incrédulos. Los que creen no son bendecidos porque simplemente dicen creer en Dios, sino porque ellos ponen en práctica lo que creen. Por ese motivo sus vidas son como el árbol plantado junto a un río, cuyas hojas son frondosas y sus frutos permanentes. En cuanto a eso, los guiados por la duda como por ejemplo Caín, se retuercen de envidia por causa del éxito de los que creen.
A pesar de poseer una vida con calidad elevada, los que viven la fe sobrenatural son obligados a convivir con los que no creen. De ahí surgen las tribulaciones, pruebas y los desafíos que provienen de los conflictos entre la creencia y la desconfianza, entre la Luz y las tinieblas.
Dar la otra mejilla, conforme está escrito en Lucas 6:29, perdonar lo imperdonable y orar por los enemigos, son algunos de los desafíos a ser superados por aquellos que son de Dios mientras estos convivan con los que son incrédulos. Esto hace parte del desarrollo y fortalecimiento de la fe. La depuración del oro es hecha en el fuego: cuando más fuerte sea la temperatura, más puro y valioso será el metal.
Así también es la fe, y vale la pena pasar por sus tribulaciones. Ellas nos hacen crecer y madurar. Cuanto más largo sea el tiempo en el desierto, mayor será la experiencia y más listo para la Obra de Dios estará el cristiano.
“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3-4).