“(…) Proclamad guerra, despertad a los valientes, acérquense, vengan todos los hombres de guerra. Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces; diga el débil: Fuerte soy.” (Joel 3:9-10)
El sonar de las trompetas convocaba a los guerreros a la guerra. Quieran los cobardes, incrédulos, miedosos, religiosos – o curiosos – o no lo quieran, la guerra invisible está declarada. La guerra del Bien contra el mal.
No hay cómo huir o esconderse de ella. No es una batalla esporádica, sino una guerra constante contra el infierno, comenzando ahora. Los fuertes son perseverantes.
La victoria de cada uno depende de su perseverancia hasta el fin. Para los tales no hay acuerdo con el diablo y sus ángeles. Sin esperar eso de que si usted no se mete con ellos, ellos tampoco se van a meter con usted… O usted toma la armadura de Dios y los enfrenta con todo y los vence, o se defiende de sus ataques mortales hasta ser alcanzado.
La orden es: “resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7)
Jesús no vino para enseñarnos cánticos de alabanza. Y el Espíritu Santo tampoco vino para enseñarnos lenguas. El Señor Jesús vino para destruir las obras del diablo (vea en 1 Juan 3:8). ¡Eso mismo! ¡Él vino para destruir las obras del diablo!
Ese es el pan nuestro de cada día. O mejor dicho, nuestra guerra de cada día.
No hay cómo huir de esta batalla, la victoria de cada uno depende de su perseverancia hasta el fin, sin acuerdo con el enemigo. ¡Enfréntelo y venza!
(*) Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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