En nuestras iglesias, muchos creen que la Salvación se consigue simplemente por frecuentar una iglesia, ayudar a las personas necesitadas, o incluso por bautizarse en las aguas.
Sin embargo, las mismas, cambian solo de religión o de iglesia, nada ha cambiado en sus vidas, continúan siguiendo los mismos valores de antes, es decir, continúan viviendo en la carne.
Estas personas permanecen viviendo exactamente como el viejo hombre, no hubo una transformación en sus vidas. Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios.” (Juan 3:5).
No basta solo dejar de beber, fumar, adulterar, sino que es necesario cambiar de vida, tener el corazón transformado.
Es necesario no solo cambiar de hábitos y actitudes, sino experimentar la actuación del Espíritu Santo en su vida, como bien recordó el apóstol Pablo: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” (Gálatas 5:17)
Es por eso que muchas personas buscan y no reciben el Espíritu Santo, no prosperan en sus vidas, no logran la cura de sus enfermedades, etc. Esto sucede porque no hubo una verdadera entrega de vida. Quien se acerca a Cristo tiene que aceptarlo de todo corazón.
Lamentablemente existen muchas personas que cambiaron solo de religión, pero no de vida. Sus actitudes fuera de la iglesia continúan siendo las mismas de antes, son personas que honran a Dios solamente con sus labios, pero el corazón continúa distante.
El apóstol Pablo, escribiéndole a los colosenses, les hizo recordar que para tener una unión con Cristo debían abandonarse todos los vicios: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos…” (Colosenses 3:8-9).
Todo cristiano debe ser consciente de esta gran verdad, ya que es importante para su relación con el Señor Jesucristo.
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