Con el pasar de los años, los hijos de Israel se fueron olvidando de los mandamientos de Dios, profanando Su Casa, ofreciendo animales inmundos sobre el altar del Tabernáculo y dejando de dar el diezmo. La consecuencia fue desastrosa.
Sobrevino una terrible miseria sobre la Tierra y sus habitantes padecieron hambre. La tierra ya no producía con tanta abundancia y los animales, cuando no nacían defectuosos, nacían enfermos. El pueblo, que antiguamente se deleitaba con abundantes cosechas, estaba, ahora, sobreviviendo solo con las migajas de las plantaciones infructíferas. Los sacerdotes fueron, en parte, los responsables de la ruina de Israel, porque dejaron que el pueblo actúe libremente, sin advertirle los males que podrían sobrevenir por el desprecio y la infidelidad a los mandamientos de Dios.
“Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es del SEÑOR de los Ejércitos. Mas vosotros os habéis apartado del camino; habéis hecho tropezar a muchos en la ley; habéis corrompido el pacto de Leví, dice el SEÑOR de los Ejércitos. Por tanto, Yo también os he hecho viles y bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado Mis caminos, y en la ley hacéis acepción de personas.” (Malaquías 2:7-9)
Pero los hijos de Israel también tuvieron parte de culpa en la infidelidad demostrada al Señor, una vez que la responsabilidad de cada uno con Dios y con Su Ley debe ser una expresión de fe pura, voluntaria, y nunca por imposición humana.
“Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de Mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a Mí, y Yo me volveré a vosotros, ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos.” (Malaquías 3:7)
Probándonos a nosotros mismos
Muchos saben y creen que, si prueban a Dios, obtendrán una respuesta afirmativa. Pero, lo que la mayoría tal vez no sabe, es que cuando probamos a Dios primero nos probamos a nosotros mismos. Es decir, probamos el tipo de fe que le presentamos al Señor. Si, en el límite de la dificultad, somos capaces de mantener nuestra fidelidad, demostramos nuestra consideración a Dios, independientemente de las circunstancias. Ahí es donde podemos ver la calidad de la fe que tenemos.
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos.” (2 Corintios 13:5)
Manténgase fiel a Dios, y así, acumulará bendiciones en su vida.
(*) Fuente: libro “Diezmo: Los primeros frutos”, del obispo Edir Macedo.[related_posts limit=”17″]