El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos romanos, dijo: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios es por la salvación de Israel, porque yo soy testigo de que tienen celo por Dios, pero no conforme al verdadero conocimiento. Ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios, pues el fin de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.” Romanos 10:1-4
Entonces esto significa que los judíos, desconociendo la justicia de Dios, aunque con mucha dedicación y cuidado, han procurado guardar toda la Ley que Moisés les dió, sin poder cumplirla en su totalidad. De esta manera, perdieron la visión de los propósitos de Dios con respecto a la justificación por la fe en el Señor Jesucristo, pues, como está escrito: “Mas el justo vivirá por fe…” Hebreos 10:38
“Y que por la Ley nadie se justifica ante Dios es evidente, porque «el justo por la fe vivirá». Pero la ley no procede de la fe, sino que dice: «El que haga estas cosas vivirá por ellas».” Gálatas 3:11-12
Pero, yo les pregunto ¿cuál fue el judío que durante toda su carrera aquí en la Tierra consiguió cumplir con toda la Ley? Resulta evidente que si alguien consiguiese cumplir con todos, menos con un precepto de la ley, aún así estaría en deuda. Esta es la principal razón por la cual el Señor Jesús vino al mundo, para que cumpliese con toda la ley y así pudiese servir como Salvador de la humanidad, pues, de acuerdo como está escrito:
“Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito:«Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzará a los gentiles, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu.” Gálatas 3:13-14
Muchos judíos sinceros quieren ser justificados frente a Dios, pero cometen un grave error, porque lo desean por la obediencia a la Ley, olvidando que mediante ella, nadie fue o será justificado. Como ejemplo, tenemos al padre de la nación de Israel, Abraham, que, según la Biblia, tuvo fe en el Señor y esto fue considerado para la justicia (Génesis 15:6).
Frente a lo expuesto, debemos preguntar: ¿cuáles fueron, entonces, los propósitos de la Ley? En este caso, ella sirvió de freno contra los pecados más groseros, según 1 Timoteo 1:9-10:
“… Conociendo esto: que la Ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros y para cuanto se oponga a la sana doctrina…”
La Ley también muestra el pecado de todos los hombres, como está escrito:
“… porque por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de él, ya que por medio de la Ley es el conocimiento del pecado.” Romanos 3:20
Por otra parte, la ley es una clara demostración de la justicia de Dios para con los hombres, sirviendo como base del propio Derecho Humano.
Desgraciadamente, el mismo espíritu judío se ha aplicado también a aquellos que se consideran cristianos y no lo son, pues absorben más los mandamientos y preceptos humanos de lo que efectivamente dice la Palabra de Dios. Están más preocupados en cuidar de sus tradiciones religiosas de que abrazar la pureza de la fe en el Señor Jesús y en sus promesas.
Por eso mismo, no se oponen a cualquier imposición de sacrificio o penitencias por parecerles que esas prácticas traen la justicia, o méritos por parte de Dios para con ellas; creen más en sus obras de caridad, que en la gracia de Dios por la fe… Todo eso es comprensible, pues les ha sido negado, por sus propias tradiciones, el conocimiento de la verdad a través de la Escritura Sagrada.
Como vemos, no es nueva la práctica de ciertos liderazgos religiosos en esconder en forma intencional la verdad, pues de esa manera, pueden controlar las mentes de sus seguidores para hacer aquello que desean sus malos instintos (codiciosos). Mientras las personas laicas desconozcan las verdades eternas, continuarán en la práctica de consumir velas, santos y toda suerte de frivolidades religiosas, llenando así los bolsillos de aquellos que les imponen filosofías baratas.
En una oportunidad, el Señor Jesús propuso la siguiente parábola para las personas de ese tipo:
“A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano”. Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla, será enaltecido».” Lucas 18:9-14
La parábola produce el efecto esperado para aquello que se propone este estudio: sobre la justicia de Dios por la fe y la justicia humana por las obligaciones religiosas.
El publicano (recaudador de impuestos) representa la justicia de Dios por la fe, pura y simplemente; mientras que el fariseo (religioso erudito, practicante de la Ley y ante sus propios ojos, justificado por sus propios esfuerzos religiosos) se presenta como merecedor de todas las bendiciones de Dios, a través de sus caridades. Éste, representa una determinada clase de religiosos hipócritas, que abrían los ojos para sus supuestas perfecciones, pero que solamente tenían pensamientos contrarios a la misericordia y a la gracia de Dios, a través de la fe salvadora en el Señor Jesús.