La luz camina en línea recta. Las tinieblas ocupan todos los espacios donde hay ausencia de luz. El Espíritu de Dios nos ha enseñado que no hay forma de caminar en la Luz sin la fe sobrenatural.
Eso significa que cuando se anda en la duda es porque se está en las tinieblas: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
La ceguera provocada por las tinieblas hace que las personas no experimenten la verdadera libertad, pues son inseguras y miedosas. Eso hace que vivan con dudas, estresadas, deprimidas e insatisfechas.
En oposición a esto hay firmeza y seguridad en la Luz. Ella nos permite saber donde pisamos y eso nos da seguridad. Viviendo en la Luz somos felices porque traemos
el tesoro oculto dentro de nosotros.
El Señor Jesucristo es la Luz del mundo, Sus discípulos también lo son. Quien es de la Luz anda en la rectitud, porque vive en la Luz, y vive en la fe, porque confía en la Luz que viene por medio de la fe sobrenatural.
Quien no es de la fe vive vagando en las dudas de las tinieblas. “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6)
Fe para vivir en la fe
Además de servir para justificación delante de Dios, la fe sirve también para eliminar las dudas que surgen a lo largo de la vida. Dudas con respecto al matrimonio, sexo, consumo de alcohol y a las costumbres en general, además de otras tantas cosas de orden personal que sólo deben ser sanadas mediante la fe racional.
¿Quién debe instruir en cuanto a la relación conyugal? ¿Quién debe dictar normas de conducta para mi matrimonio? ¿Quién debe decir lo que debo o no beber o comer? Esas cuestiones son estrictamente individuales y exigen decisiones estrictamente personales.
De ahí nace la necesidad de la fe. La práctica de la fe inteligente da al practicante la
libertad de tomar sus propias decisiones. Eso evita vivir en la fe ajena y lamentar las malas decisiones.
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1).
Nadie tiene derecho a conducir la vida ajena, salvo el Espíritu de Dios. Por eso Él lo hace cuando hay oídos que oyen y mentes que obedecen Su Palabra. Pero, ¿si la Palabra no es clara cuando el asunto es del fuero íntimo?
El Espíritu Santo opera en nosotros instruyendo según Su voluntad. Y cuando Él instruye,
es por la fe que lo hace. Luego, la fe es el camino a seguir. Lo que para algunos es pecado, para otros no lo es. Y viceversa.
El hecho es que la paz del Señor Jesús ha sido el gobernante en cada corazón. Si mi corazón está en paz con Dios, ¿quién tiene autoridad de decirme lo que debo o no hacer?
Es por eso que hemos insistido en el nuevo nacimiento, pues quien es nacido del Espíritu es espíritu y vive por el Espíritu, esto es, por la fe. Además, todo lo que no proviene de la fe es pecado: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones” (Colosenses 3:15).