Imaginá la más bella historia de amor: el hombre más rico, sabio, justo y heredero de tesoros incalculables se enamora de una esclava, una mendiga sin perspectiva de vida.
Él la lleva a su casa, limpia sus heridas, la viste con ropas nuevas y, con paciencia, empieza a enseñarle. Pero ella, sin educación ni cultura, comete errores, torpezas y, muchas veces, lo hace pasar vergüenza. Cargando traumas del pasado, piensa que fue abandonada, discute con Él y muestra sus inseguridades. Aun así, Él permanece a su lado, cuidándola, protegiéndola y amándola.
Reconstruida, ella recibe un hogar, amor propio y valor. La mendiga se convierte en una mujer digna, respetable y amada. Ahora tiene una familia, es esposa y madre. Pero, poco a poco, empieza a apegarse a lo que conquistó, ocupada con el trabajo y sin tiempo para Él. Insatisfecha, murmura y se queja, olvidando de dónde vino. Impaciente, empieza a exigir, quiere todo a su manera, en su tiempo, quiere más y más. Aun así, Él, con un amor inquebrantable, la desea más que a nada.
Esa es nuestra historia con el Señor Jesús: Él nos rescata, transforma y limpia, pero muchos, después de todo lo que Él hizo, terminan rechazándolo y dicen: “Yo logré todo solo”. Así, desprecian, ignoran y abandonan a Aquel que fue capaz de dar Su propia vida para salvarlos. Por eso, es un absurdo rechazar a Quien nos ama tanto.