Gustavo y Andrea conocieron el sufrimiento en todos los aspectos de su vida. Como toda pareja, se casaron enamorados, con planes y proyectos, “pero con el paso del tiempo surgieron problemas en la relación, había celos, discutíamos mucho, nos peleábamos y agredíamos verbalmente. Era difícil la convivencia y, si bien nos amábamos, no entendíamos el por qué de tantas agresiones”, afirma Andrea, que sufría por las reacciones violentas de su esposo: “en casa no podíamos tener una cena en paz, apenas decía algo, él ya se enojaba, tiraba todo y los chicos se asustaban. Él no me daba la atención que necesitaba, se iba con sus amigos a hacer vida de soltero”.
Además de los problemas matrimoniales, también sufrían en la salud y sus hijos tampoco estaban bien: “yo tenía hemorragias muy fuertes, estaba siempre recostada, no tenía fuerzas. Una de mis hijas tenía problemas de alimentación pero los médicos no le encontraban nada, la otra tenía problemas espirituales, se despertaba de madrugada gritando, decía que había alguien en su cama y mi hijo era muy nervioso”, cuenta ella.
A todo esto se le sumaba una difícil situación económica: “la miseria era tremenda. yo siempre trabajé y me esforcé, pero no había caso. Vivíamos en una casilla con techo de chapa y piso de tierra. Cocinábamos con leña porque no teníamos cómo pagar el gas, estuvimos unos 20 días sin luz, nos la cortaron por falta de pago. Las sillas de casa eran tachos de pintura, no había qué comer. Cuando íbamos al centro de la ciudad, tenía que esconder a mis hijos de las calesitas, le ponía cartón al interior de mis zapatos porque estaban agujereados, era una miseria muy grande. Yo llegué a trabajar 24 horas seguidas para poder llevarle una torta a mis hijas”, reconoce Gustavo.
Ante este panorama, él decidió irse de su casa con otra mujer, abandonando a su familia. Andrea se deprimió, empezó a fumar y en una noche de llanto, escuchó la programación radial de la Universal.
“Me acerqué a participar y comencé a hacer las cadenas de oración. Poniendo en práctica lo que me enseñaban, creí que mi vida podía cambiar. Estaba indignada porque tanto mis hijos como yo extrañábamos mucho a Gustavo, ya ni lo veíamos. Decidí manifestar mi fe en la Hoguera Santa y al poco tiempo él volvió a casa. Así comenzamos a luchar juntos en la Universal”, recuerda Andrea, a lo que él añade: “cuando llegué a casa, encontré paz. Estaba asombrado por el cambio que vi en ella. Un domingo a la mañana la seguí y así entré a la Iglesia. Luchamos juntos, las cosas empezaron a cambiar y en una Hoguera Santa de Israel manifestamos nuestra fe como nunca antes”.
Los resultados de la fe y la perseverancia están a la vista: “Hoy somos felices, tengo una empresa de mantenimiento, rechazamos trabajo porque no damos abasto, compramos nuestro auto último modelo en efectivo, comemos donde queremos, nos vamos de vacaciones, tenemos nuestra casa y todo quieren venir a vernos porque hay paz”, dice él, y ella completa: “las enfermedades, los vicios y las perturbaciones espirituales desaparecieron, el matrimonio es una bendición él, como esposo, me da todo lo que siempre soñé, somos compañeros, somos una familia feliz”.
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