Se yergue amenazante en sus tres metros de altura y, a cada paso, un enemigo huye con miedo. Carga en su cuerpo una imponente armadura de bronce. Sólo la armadura pesa casi 60 kilos. Su marcha es pesada, sus ojos negros son profundos. La lanza es el complemento de una mano callosa. Camina despacio, y aprovecha el efecto visual del polvo levantado por sus pasos en contraste con el cielo naranja del amanecer. La presencia del guerrero provoca que el sofocante aire circule y que la respiración de los otros falle. Ya no pueden diferenciar si son más pesados los brazos del gigante o sus corazones. Todos observan, callados, Goliat camina los últimos metros.
“- ¿Soy yo un perro, para que vengas contra mí con palos?” Grita más firme que un trueno. “-Ven hacia mí y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.” 1 Samuel 17:43-44
Sabe que sus enemigos tiemblan, pero no saca los ojos del muchachito rubio que se encuentra en el centro del campo de batalla, sin armas ni armaduras, solo empuñando palabras:
“Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.” 1 Samuel 17:45
Lo escucha incrédulo. No sabe si la mayor sorpresa es el muchacho que se dirige a él con palabras o que esa palabra sea amenazante. Callado, solo escucha.
“El Señor te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo entregaré tu cuerpo y los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios en Israel.” 1 Samuel 17:46
Agranda sus ojos. “¡Soy filisteo! ¡El héroe de mi pueblo! ¡Guerrero desde la juventud! ¡Temido en todo lugar donde haya una boca para contar historias! ¿Cómo se atreve un niño a desafiarme?”. Solo piensa, pues, en sus años de guerras, cambió el uso de palabra por el de la espada.
“Y toda esta congregación sabrá que el Señor no salva con espada ni con lanza, porque del Señor es la batalla y él os entregará en nuestras manos.” 1 Samuel 17:47
Esas palabras son suficientes. “¿De qué señor es la guerra?”, piensa mientras parte al encuentro del otro, listo para arrancarle la cabeza. “¡Mía es la guerra!” Siente temblar el suelo debajo de sus pies. “¡Yo soy el Señor de la guerra!”
Y antes de que pueda darse cuenta, está en el suelo. Una gran caída para un gran hombre. Se arrastra en el suelo por el impulso de la corrida contra su adversario. Siente brotar la sangre caliente por su frente. No tiene fuerzas para moverse. Mientras espera la muerte, siente la piedra clavada en su frente. Percibe que leves pasos se aproximan. La espada sale de su propia vaina. E, involuntariamente, su garganta cortada suelta el último y agudo grito. Grito que sube helado desde las profundidades de la tierra por todas las heridas, provocando escalofríos en sus cuerpos al sentir la muerte del gigante.
Nuestros problemas pueden parecer gigantes, pero es dominando el miedo y teniendo coraje y fe que nos agigantamos frente a éstos. Quien hizo a David fue Goliat, y quienes nos hacen son nuestros desafíos. Vencerlos no es imposible, siempre que se tenga la certeza de que éstos no pasan de simples obstáculos que nos llevarán a experiencias y victorias mayores.