Sólo la fe natural puede exonerar el sacrificio. La fe inteligente no actúa sin sacrificio. Ese principio de fe fue enseñado por el Señor al decir: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24).
Tal enseñanza, dirigida a los discípulos y seguidores, exige los tres niveles de sacrificio a seguir.
1. El sacrificio de negarse a sí mismo:
Dice respecto al martirio de los deseos de la carne, que es necesario para agradar a Dios.
2. El sacrificio de colocar la cruz sobre los propios hombros:
Significa que levantar la cruz y apoyarla nuevamente en el suelo no exige mucho esfuerzo. Por eso, acomodarla sobre los hombros, y cargarla por toda la vida exige plena certeza de que habrá salvación en el final de la trayectoria. Es el sacrificio sobrenatural.
3. El sacrificio de caminar con la cruz y aun así seguir en los pasos de Jesús:
Esto se refiere a las características de la vida cristiana representadas por perdonar a los que ofenden, orar por los enemigos, callarse delante de las burlas, regocijarse por las injusticias sufridas por causa de la fe, aceptar las humillaciones y, a veces hasta la propia muerte, que son apenas algunas heridas del Señor.
Todo eso requiere de una fe que vaya mucho más allá de lo natural. Incluye una convicción sobrenatural revelada por el Espíritu de Dios.
La fe natural e irracional no escucha la voluntad divina. En vez de eso, induce a las personas a satisfacer sus propios deseos. Pero, ¿por qué la fe sobrenatural, que es inteligente y racional anhela satisfacerse por Aquel que la generó?
¡Porque es exigencia de la propia fe sobrenatural! Sacrificar su yo a favor de Su dolor.
El Señor fue el Primero en sacrificar para salvarnos. O sea, para agradarnos Él tuvo que sacrificar. Luego, para Agradarlo, también tenemos que sacrificar. Es un cambio de fe sobrenatural. Él fue el Primero en cumplir la promesa: “Dad y se os dará”.
Vemos así que el sacrificio es la principal característica de la fe sobrenatural.