¡Piense! Ese pueblo había caminado durante siglos, sufrió con poco alimento para el cuerpo, alimentando el alma con esperanza. El camino hasta la libertad fue largo y muchos líderes no lograron llegar hasta allá, como algunos que desconfiaron de la Palabra de Dios.
Cualquier barrera es difícil de enfrentar para quien no tiene fe. Más aún cuando los obstáculos están provistos de armamento y protegidos por enormes murallas. Si no se puede siquiera ver al adversario, ¿cómo se podrá vencerlo? Viéndolo desde afuera, es imposible creer que unos pocos harapientos cansados y desabrigados tuvieran condiciones para enfrentar potentes ejércitos. Sin embargo, quien alimentó en el alma la esperanza durante más de 400 años, sabe que es precisamente en la fe que se encuentra la verdadera victoria.
Los primeros en desafiar los muros de Jericó fueron liderados por un muchacho escogido por Dios. Josué, de una fe inquebrantable y pocas armas, tenía que conquistar la Tierra Prometida para su pueblo. “¿Cómo conquistaré ciudades de Norte a Sur si la primera se levanta delante mío con murallas gigantes?” – preguntó él. “¡Con fe!” – respondió su Señor. Y así fue.
Creyendo en las órdenes divinas, Josué acampó del lado de afuera de los muros de Jericó durante 7 días, rodeó la ciudad siete veces e hizo sonar sus siete trompetas. Las gigantes murallas fueron derribadas; los poderosos ejércitos, derrotados, y la fe venció la batalla.
Cerca de 3 mil años después, a lo largo de la década de 1920, otro pueblo humillado por el mundo necesitó fuerzas para derribar las fortificaciones que se imponían en su camino. En Estados Unidos, la raza negra – que había sido liberada de la esclavitud hacía poco tiempo – todavía era considerada inferior, pensaban que merecían la muerte. Ellos necesitaban fe e, inspirados en tan gran batalla, escribieron el himno “Joshua Fit the Battle of Jericho” (“Josué combatió en la Batalla de Jericó”), que fue cantado, entre otros, por Mahalia Jackson, Paul Roberson, Elvis Presley y Hugh Laurie.
“Yo sé que usted ha oído hablar de Josué. Él era hijo de Nun. Él nunca se detuvo hasta terminar su trabajo”, clama la canción.
Al igual que Josué y su pueblo, que superaron el mayor de los obstáculos en el nombre de Dios, los negros necesitaron detener el racismo homicida. En 1922, compusieron el himno que fue aclamado por décadas. En él buscaban fuerza y fe. “Josué combatió en la batalla de Jericó”, gritaban. Y luchaban por su propia libertad.
Conocemos el final de ambas batallas, en las que esclavos del mundo, llenos de fe, vencieron a sus enemigos. Ya es tiempo de que esa misma fuerza venza la tercera lucha. Aunque las personas ya no sean encadenadas, la esclavitud espiritual es un poderoso enemigo.
Algunos mantienen sus espíritus encadenados a drogas químicas, otros a redes hostiles de mentiras. Hay quien se ata a relaciones sofocantes, a la delincuencia o a la codicia. Tienen como discurso ” la impotencia para cambiarlo”, pero ni siquiera intentan pelear contra el mal.
“El Mal es fuerte”, lamentan unos. “Es imposible”, gimen otros. Pero es el momento de secarse las lágrimas y sacar la espada.
“Frente a los muros de Jericó, con la espada desenvainada en la mano. ¡Van a explotar los cuernos del carnero!, clamó Josué. La batalla Él la entregó en mis manos”, alienta la canción.
Josué no dudó. Martin Luther King no titubeó. El pueblo de Dios debe tener fe, seguir los consejos de aquellos que el Señor bendice con el don de la Palabra y luchar por nuestra libertad.
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“Dios sabe que Josué combate en la batalla de Jericó. Y las murallas están derrumbándose.”
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