“Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y Él me escuchará. Al SEÑOR busqué en el día de mi angustia; alzaba a Él mis manos de noche, sin descanso; mi alma rehusaba consuelo.”
(Salmos 77:1-2)
He aquí una oración que tiene una respuesta segura. El salmista clama para ser escuchado. Tiene la certeza de que será escuchado. El canal de comunicación con Dios, que es la fe, está fuerte y operante. El salmista también afirma que sus manos se levantan durante la noche y no se cansan. No desiste de buscar socorro en Dios. Quiere ser escuchado. ¿Recuerda a la viuda que le clamaba al juez injusto para que juzgara su causa? El salmista no acepta desistir.
Su alma se rehúsa a consolarse, él se rehúsa a conformarse con la situación. No acepta la comodidad emocional temporaria. Se preocupa por mantenerse indignado. Su oración es la de un indignado. Angustiado, pasando por una situación difícil, no se abate, no se desmorona. Al contrario, levanta sus manos y busca consuelo en el Altísimo.
Esté seguro de que siempre que manifieste esa calidad de fe, esa indignación de quien tiene la certeza de que sirve al Dios vivo y poderoso y que, por eso, no acepta quedarse sin una respuesta, será atendido. Tal vez el problema que originó la angustia no desaparezca de inmediato, pero la angustia ciertamente desaparecerá y le dará lugar no al consuelo emocional, sino a la certeza. La plena certeza de fe, que materializa lo invisible.
Haga clic aquí y vea el mensaje anterior.
En la angustia, use el poder de la indignación.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo