A veces, todo es solo una cuestión de cómo usted mira
El día estaba tan lleno de luz, tan azul, tan lindo, que era un descaro estar dentro de casa, después de algunas semanas seguidas de lluvia y cenizas.
Después de dejar pasar esa pereza de quien se despertó tarde (dejó la ventana abierta a propósito, para que el sol lo despierte), tomó un baño muy lindo, se puso ropa liviana, llegando a la vereda, comenzó la caminata.
Se encontró en un enorme parque, después de tantas avenidas y pasos de peatones. Hacía tiempo que quería ir allá, pero las responsabilidades del día a día (bien cumplidas, claro) hacían que lo fuera dejando para después.
Anduvo bastante por el parque, cumplió su deseo y regresó.
Sin reloj en la muñeca, sin celular en el bolso. Entró por calles al azar, sin destino marcado, descubriendo vías por las cuales nunca había pasado antes (le gustaba mucho eso).
En todo el camino, ida y vuelta, esa inmensidad azul del cielo entrando por lo ojos ( y permaneciendo en su interior). En varios momentos, se encontraba agradeciendo a Dios, en pensamientos, por la oportunidad de ver ese día espectacular que Él hizo.
Aquel fue, sin duda, el verdadero primer fin de semana de primavera del año.
Aunque el invierno estuviera solo por la mitad.