“El Espíritu de Dios, el SEÑOR, está sobre mí, porque me ungió el SEÑOR; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad del SEÑOR…”
(Isaías 61:1-2)
Cuando Dios bendice a una persona, no es para que esa persona disfrute la bendición y la guarde para sí misma. ¡No! Es para que esa criatura la use para bendecir a otras personas. Dios no bendice a una persona egoísta.
La propuesta de Dios involucra diseminar el evangelio, diseminar la bendición, diseminar la Palabra, no retenerla. Cuando Él cura, no es solo para que la persona viva más. Sino para servir de testimonio para los demás enfermos y dolientes. Cuando Él enriquece, no es para ostentar la riqueza, sino para ser usada también a favor de los pobres y oprimidos. En la evangelización, en las acciones sociales.
Comparta con otras personas lo que Dios le ha dado. Esa es la finalidad de la bendición de Dios en su vida. Quien piensa en su semejante, piensa como Dios. Tenemos el derecho de ser bendecidos, sin embargo, esas bendiciones no son para ayudar solo a nuestra familia, sino para ayudar a otras personas, lo máximo posible.
Esa es la ley de la vida. Es lo que Jesús dijo: “Dad, y se os dará”. Muchas personas se quejan de que no logran ser bendecidos. No lo logran porque son diezmistas, son ofrendantes, pero solo piensan en sí mismas. Quieren ser bendecidas, pero no piensan en los demás. Por eso, no se desarrollan tanto como les gustaría. Piense en su semejante, ayude a los que necesitan y ciertamente usted vencerá.
Busque ser bendecido para bendecir a otras personas.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo