En el siglo I, las diferentes maneras de interpretar la Ley de Dios, sus fuentes y los modos de vivir la religión judía contribuirían para que los judíos se dividiesen en varios grupos, también llamados sectas judías. Las principales eran la de los Fariseos, la de los Zelotes, la de los Saduceos, la de los Herodianos, la de los Esenios y la de los Sicarios.
Fariseos: Eran los más apreciados por el pueblo en los tiempos de Jesús. Se dedicaban a las cuestiones de observación de las leyes y a los rituales de pureza, inclusive, fuera del Templo. Recopilaban una serie de tradiciones que eran pasadas oralmente a través de las generaciones, con la finalidad de que se cumpliera la Ley, creando así una Torá oral, considerada por ellos con la misma fuerza e importancia de la Torá entregada a Moisés.
Zelotes: Eran una parte de los fariseos que creía que no bastaba la religiosidad, sino que la política era decisiva y vital, ya que ningún poder extraño podría ser mayor que la soberanía de Dios. También pensaban que la Salvación era concedida por Dios y estaban convencidos que el Señor contaba con la colaboración humana para obtener esa Salvación.
Inicialmente, esa colaboración debía ser solo religiosa para el cumplimiento de la Ley, pero, con el pasar de los años, con las imposiciones del Imperio Romano, creían que esa colaboración tenía que ser también militar, siendo un martirio luchar y morir para santificar el Nombre de Dios. Eran los más radicales y creían que la venida del Mesías estaba relacionada a una acción revolucionaria contra Roma y la influencia helenista. Eran conocidos como fervorosos.
Saduceos: Eran personas de poder, de la alta sociedad, miembros de familias sacerdotales, cultos, ricos y aristócratas. La mayoría de los miembros del Sinedrio (consejo que juzgaba asuntos de la ley judía y de la justicia criminal, en Judea y en otras provincias) estaba compuesta por saduceos. Se preocupaban por obedecer las decisiones de Roma, dándole más importancia a la política que a la religión.
No eran bien vistos por el pueblo, ya que formaban parte de la elite y apoyaban a los romanos. De entre ellos habían salido desde el principio de la ocupación romana los sumos sacerdotes, que eran los representantes judíos ante el poder imperial. Ellos hacían una interpretación muy sobria de la Torá, sin creer en la Torá oral. A diferencia de los fariseos, los saduceos no creían en la vida después de la muerte, ni compartían esperanzas.
Esenios: Esa secta estaba compuesta por personas que habían dejado Jerusalén y otras localidades para vivir aisladas en el desierto, con una vida simple, a fin de no ser contaminadas por las otras sectas. Muchos esenios habían sido fariseos e incluso saduceos que renunciaron a todo lo que tenían. Su existencia quedó comprobada por los pergaminos del Mar Muerto, encontrados en Qumrán, aquí en Israel.
Una característica específica de los esenios consistía en no aceptar el culto que se hacía en el Templo de Jerusalén, ya que era realizado por un sacerdocio ligado a Roma, no escogido por Dios. Consecuentemente, los esenios optaron por separarse de esas prácticas comunes, con la idea de conservar y restaurar la santidad del pueblo en un ámbito más reducido: el de su propia comunidad. No creían en el libre albedrío, pensaban que todo estaba escrito. Pasaban parte del día reescribiendo la Torá. Hacían dos baños rituales por día.
Herodianos: Oriundos del ala izquierdista de los Saduceos, creían, por conveniencia, que Herodes era el Mesías. Eran grandes defensores de Herodes, siempre con el interés de obtener o mantener algún beneficio. Eran como los saduceos, mucho más ligados a la política que a la religión. Entre los judíos, eran los mayores enemigos de los zelotes.
Sicarios: Era un grupo extremista radical que probablemente había surgido dentro de los zelotes. Cometían acciones contra los romanos o los judíos a favor de ellos, actuando inicialmente en las reuniones públicas, mezclándose después entre la multitud para escapar.
Los sicarios fueron uno de los primeros grupos organizados cuyo objetivo era realizar atentados. Su objetivo era expulsar a Roma de Israel, sobretodo de Jerusalén, devolviéndole el poder a una casta del pueblo que escogiese a su propio sacerdote, y no a la elite. El nombre sicario viene de la daga que solían esconder entre su ropa. Fueron ellos los que crearon la Gran Rebelión Judía que duró del 66 al 70 d. C.
Como pudimos ver anteriormente, había un pueblo judío, pero un pueblo desunido, dividido, con ideas diversas, amparados por contradicciones, viviendo de política o religión, siguiendo a líderes egoístas, un pueblo viviendo en total sumisión, sea por intereses, sea por miedo.
Motivos que llevaron a la rebelión de los judíos:
Los romanos estaban en el poder hacía varias décadas, tratando a Israel como a una más de sus provincias y teniendo a la aristocracia judía y a los líderes políticos (saduceos) a su lado. El poder de los romanos era tanto que habían aumentado los impuestos que les cobraban a los judíos. Era tanto impuesto a ser cobrado que los romanos habían creado un sistema de franquicia de cobranza de impuestos, y cada uno que tenía esa franquicia era llamado Publicano.
Algunos publicanos tenían sus propios cobradores, como fue el caso de Zaqueo, que era el jefe de los publicanos de Jericó. Los publicanos cobraban más impuesto de lo que el Imperio Romano exigía y se quedaban con la diferencia. Hacían sacrificios en el Templo de Jerusalén al emperador romano, profanando el lugar sagrado de los judíos.
En otras localidades, los griegos sacrificaban palomas frente a las sinagogas y los romanos no se oponían a favor de los judíos. Los romanos robaban diecisiete talentos del tesoro del Templo para dárselos al emperador. Cuando el pueblo se rebeló, los romanos apresaron y quemaron a más de quinientos, a pesar de que muchos de esos judíos eran ciudadanos romanos.
El pueblo judío, con miedo, quería hacer un acuerdo de paz con los romanos, sujetándose una vez más a lo que les fuese obligado. Viendo eso, los sicarios se unieron a los zelotes y destruyeron todas las reservas de alimento que había en Jerusalén, poniendo al pueblo en la desesperación total. Hicieron eso para motivar al pueblo a levantarse contra los romanos en vez de hacer un acuerdo de paz.
Los zelotes, los sicarios, y otros prominentes revolucionarios finalmente juntaron fuerzas para atacar, y así consiguieron liberar a Jerusalén en el año 66 d. C., retomando el control del Templo y ejecutando a todos los que intentaron impedírselo.
En esa época, Vespasiano era el general romano destacado para terminar con la rebelión en la provincia de Judea. Su hijo, Tito, también fue destacado. Tuvieron éxito en Galilea, pero enfrentaron grandes pérdidas militares en el centro y en Jerusalén. Una de las batallas más significativas fue la de Bet Horón, donde los judíos juntos enfrentaron y vencieron a varias legiones romanas, un total de 30 mil militares romanos armados y bien preparados, matando a 6 mil. Los que restaron huyeron hacia Siria.
Los romanos imaginaban que Vespasiano iba a desplazar a otras legiones romanas para guerrear contra los judíos. Sin embargo, él se cruzó de brazos y dijo que lo más sabio sería esperar, pues los judíos unidos eran muy fuertes, a pesar de que la historia mostrara que los judíos no lograrían permanecer durante mucho tiempo en paz entre sí. Bastaba esperar que ellos iban a guerrear entre sí, matarse y debilitarse. Dicho y hecho.
Vespasiano fue llamado en el 69 de vuelta a Roma y se convirtió en Emperador. Tito, su hijo, quedó encargado de planificar el cerco a Jerusalén. En el año 70 d. C. había sido instaurada en Jerusalén una guerra civil entre los judíos, cada uno con ideas divergentes, luchando matándose entre sí. Tito aprovechó el debilitamiento de los judíos para sitiar e invadir rápidamente la ciudad. Había tres muros de protección en Jerusalén. Los dos primeros fueron destruidos en pocas semanas, pero les llevó siete meses a los romanos destruir el tercero. La invasión de los romanos ocasionó la destrucción del Templo de Jerusalén.
En la imagen de arriba, el Arco de Tito en Roma, se conmemora la conquista de Jerusalén, la destrucción del Templo y el saqueo a los tesoros que fueron llevados a Roma. A través de esa imagen sabemos el tamaño aproximado de las Menorás del Templo.
Colaboró: Roberto Grobman