Me gustaría compartir con usted mi experiencia con la Terapia del Amor.
Soy pastor y, actualmente, estoy en Argentina. Llegué a la iglesia a los 16 años. Durante mi infancia, vi a mis padres peleándose, a mi padre traicionando a mi madre, viviendo un infierno en casa y eso me motivó a buscar a Dios. Pasé por las cadenas de liberación y de prosperidad, participé de las reuniones de los miércoles y los domingos, recibí el Espíritu Santo, pero nunca había participado de ninguna reunión de la Terapia del Amor – la primera fue con el obispo Renato Cardoso, por conferencia, hace tres semanas.
Fui levantado a obrero y junto a eso nació el deseo de ser feliz en mi vida sentimental, pero fui vacunado por algunos obreros e incluso por pastores contra la Terapia. Me decían que la terapia del Amor era para quien estaba sin salida o desesperado, entonces me anulé en esa área. Mientras el pastor hacía la Terapia, yo prefería quedarme cortando folletos en la sala de campaña, pues sentía vergüenza de participar.
Fui llamado para el Altar y después de cuatro años me casé. Mi esposa es argentina, y yo soy brasileño. Los dos provenientes de hogares destruidos sentimentalmente y sin la Terapia del Amor, entonces usted puede imaginárselo.
Cuando leí en su blog que la Terapia del Amor es la reunión más importante, incluso más que la de domingo, le dije a mi esposa: “El obispo debe haberse confundido”.
Pero eso no fue todo, aquí en Argentina también vino la dirección: Todos los jueves los pastores deben participar de la Terapia del Amor y ahora la reunión de pastores es los martes. Pensé conmigo mismo: “Estoy a casi 200km de la sede y tengo que viajar todas las semanas para participar de la Terapia…”
Pensaba que un matrimonio perfecto vendría con el tiempo, que yo debería cuidar de mi salvación, ganar almas y que así mi matrimonio sería una bendición. Tengo solo 2 años de casado, solo que vi que aún faltaba algo, fue entonces que viajé y participé de la primera reunión y el obispo habló de las cualidades especiales. Vi que tenía muy pocas y entendí que desarrollando estas cualidades, mi matrimonio sería mejor.
Bueno, vino la segunda reunión y el obispo Renato habló de la aceptación, que los errores nos alejan de la persona amada. Entendí que no siempre equivocarse en el matrimonio significa pecar, no estaba pecando, pero estaba equivocándome en muchas cosas como marido. Pero la última reunión de la Terapia fue para mí la más esclarecedora, no es que las demás no lo hayan sido, sino que en esta el Espíritu Santo habló fuerte conmigo.
Noté que estaba rechazándome, que estaba perdiendo la fuerza por eso. Me sentía incluso inferior a los demás pastores, tenía vergüenza de dar una idea, de exponer una opinión (si hubiera sido hace un mes, jamás hubiera tenido el coraje de escribirle). Tengo un español fluido, pero cuando llegaba a un lugar con mucha gente, le decía a mi esposa: “Habla tú, es tu lengua, resuélvelo, si fuera en Brasil lo resolvería yo”. ¡Estaba anulado! Como la señora Cristiane dijo en la última conferencia, estaba dentro del capullo…
Y quien tenía que aguantar ese rechazo era mi esposa, empecé a buscar en ella los defectos que yo tenía, empecé a reclamarle lo que yo no hacía, empecé a juzgarla no exactamente con palabras, sino en pensamientos. Pensaba que era más espiritual que ella, pensaba: “Los pastores son mejores que yo, pero mi esposa no lo puede ser”. Sin querer, estaba haciendo de mi matrimonio una competencia, buscando errores en mi esposa para justificar mi rechazo, anulándome y anulándola también. Pero después de la primera conferencia, ya comencé a pensar diferente, y en la última, cuando usted llamó para ir adelante, yo fui, y el Espíritu Santo me hizo vencer ese diálogo interior, entender mi valor y que yo estaba anulado no porque Él lo quería, sino a causa de mi rechazo.
Desde entonces, todo es diferente. Ya me veo diferente y tengo la certeza de que como marido y como siervo de Dios nunca más dejaré de desarrollarme.
Obispo, ahora entiendo porqué usted dijo que la Terapia del Amor es la reunión más importante de la iglesia, no veo la hora de que llegue el jueves.
Pastor Bruno Cézar