Cuando Ana Lúcia Igarashi decidió recomenzar su vida, llevó solo a su esposo y a sus sueños. Como centenas de otros brasileños, decidió abandonar la seguridad que tenía en Brasil en búsqueda de oportunidades en la Tierra del Sol Naciente.
Trabajar algunos años en Japón y juntar dinero para volver a su país de origen es lo que muchos que van hacia allá quieren. Sin embargo, la realidad es que pocos logran alcanzar el plan inicial.
La inmigración de Sudamérica hacia Japón es común desde la década de 1980. Conocido como trabajador e innovador, el país está siempre listo para recibir a quien tenga fuerza de voluntad para trabajar. Se estima que, actualmente, más de 200 mil brasileños vivan allí.
Pero nada es fácil. La diferencia entre las culturas hace que muchos caigan en el medio del camino. Como explica el responsable por la Universal en la región, el obispo Randal Brito, “muchos se han perdido en los vicios, familias y matrimonios han sido destruidos e hijos están perdidos sin identidad”.
Fue el caso de Ana y de su esposo, Luiz. Al comienzo de su juventud, la muchacha tenía estabilidad económica, pero no felicidad. “Vivía bien en Brasil y tenía una vida económica estabilizada. Vivía rodeada de amigos, pero me sentía sola y eso me dejaba muy triste. Sufrí mucho en mi vida sentimental y no lograba mantener una relación. Hasta que conocí a Luiz, que tenía parientes en Japón, y nos casamos. Pensé que era el inicio de mi felicidad. Inmediatamente tuvimos un hijo, Rafael”, cuenta.
La pareja parecía saber bien lo que quería: construir una vida estable. Por eso, decidieron vivir en Japón, pero las cosas salieron de control. “Todo se hizo diferente en nuestro matrimonio. Él pasaba la mayor parte del tiempo con sus amigos bebiendo y llegaba tarde a casa. Las peleas se volvieron constantes. Él me decía cosas que me herían y pasé a tener celos. Perdí mi autoestima y vivía triste.” A causa de esa crisis, Luis decidió volver solo a Brasil.
Reconstrucción
Ana, a su vez, se sintió totalmente perdida y teniendo que criar sola a un niño en una tierra desconocida. Fue la desesperación que la hizo aceptar la invitación para ir a la Universal.
El obispo Randal explica que ese caso es recurrente desde que la Universal llegó a Japón, en la provincia de Gunma, en 1995. Entre tantos trabajadores sociales, él afirma que la renovación de la fe de los inmigrantes merece destaque.
“Como en Japón tenemos personas de muchas nacionalidades, el trabajo es elaborado en cuatro idiomas: portugués, japonés, español e inglés. Tenemos programación diaria en la TV y cuatro horas de programación semanal en dos radios FM. Tenemos un vasto material escrito también, sin embargo, nada es más eficiente que la evangelización cara a cara”.
Con la orientación de los pastores, Ana vio que el tan soñado cambio dependía solo de ella. “En cada prédica notaba adónde estaban mis errores. Pasé a practicar lo que aprendía en las reuniones y mi vida se transformó. Ya vi a muchos matrimonios que terminaron a causa del orgullo y el egoísmo. Yo decidí creer y dejar que Dios me moldee según Su voluntad”.
Luiz volvió arrepentido, también ingresó a la Universal y, al lado de ella, es obrero. Se liberó del vicio y hoy, junto a su esposa, asegura: “Dios cambió mi vida cuando aprendí a usar mi fe”.
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