Todos somos fruto o resultado de las voces que hemos oído. Si oímos la voz de los débiles, seremos débiles. Si oímos la voz del diablo, seremos inseguros, dudosos, ansiosos, preocupados, miedosos, pues la voz que escuchamos dictará las reacciones que tendremos en cualquier situación que pasemos.
Si oímos la Voz de Dios, seremos fuertes, valientes, determinados y seguros. Es como está escrito:
“La Voz del SEÑOR es poderosa, la Voz del SEÑOR es majestuosa. La Voz del SEÑOR rompe los cedros; sí, el SEÑOR hace pedazos los cedros del Líbano; y como becerro hace saltar al Líbano; y al Sirión como cría de búfalo. La Voz del SEÑOR levanta llamas de fuego. La Voz del SEÑOR hace temblar el desierto; el SEÑOR hace temblar el desierto de Cades.” Salmos 29:4-8
La Voz de Dios nos hará enfrentar lo que sea, incluso la muerte, si fuera necesario, ya que es como un trueno dentro de los que la oyen.
Sin embargo, al dejar de oír la Voz de Dios, perdemos el control completo de la situación, ni siquiera los milagros recibidos y vistos, a lo largo de la vida, podrán sustentarnos en los momentos adversos.
Este ha sido el motivo de que tantos caigan en la fe, de tantos “ex” que tenemos entre nosotros, hombres y mujeres que fueron tan usados, que probaron el poder de Dios, que vieron ese poder en sus vidas y en la vida de aquellos a los que cuidaban, pero cuando dejaron de oír la Voz de Dios para oír la del corazón, la de los hombres, la del mundo y, sobre todo, la del diablo, terminaron naufragando y perdiendo Su Mayor Tesoro.
Los discípulos vivieron esa experiencia. Durante tres años, oyeron la Voz de Jesús diariamente, y eso les daba confianza, seguridad, sin embargo, cuando quedaron solos, se olvidaron de todo lo que habían visto y oído del Señor, y fueron tomados por un miedo tan terrible que quedaron escondidos y desesperados después de la muerte del Señor.
“Entonces, al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos, Jesús vino y Se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor. Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a vosotros; como el Padre Me ha enviado, así también Yo os envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.” Juan 20:19-22
Vea que, varias veces, Jesús dijo algo, y era la Voz de Dios para fortalecerlos nuevamente, renovarlos en su fe. Y, por último, Él sopló el Espíritu Santo para que, a partir de aquel instante, estuviera dentro de ellos, trabajando en ellos, hablando con ellos, para así mantenerlos fuertes, lo que de hecho sucedió.
Desde aquel momento en adelante, los discípulos nacieron de nuevo y pasaron a ser fuertes como el Señor Jesús les había dicho.
Eso nos muestra la gran necesidad de recibir el nuevo nacimiento y el bautismo con el Espíritu Santo, pues, solamente así la Voz de Dios estará dentro de cada uno de nosotros, guiándonos, ensenándonos, fortaleciéndonos a cada instante de nuestra vida.
Cada uno debe decidir qué voz quiere oír.
Si usted está débil, pensando tonterías, desanimado, triste con algo o con alguien, eso ya muestra qué voz ha oído, que ha alimentado su mente, y eso puede causar la peor de todas las cosas: la pérdida de su Salvación.
Pero, si decide oír la Voz de Dios y se deja guiar por ella, entonces será fuerte, sobrepasará todas las dificultades que ha vivido y nada ni nadie podrá impedirle vencer:
“En verdad, en verdad os digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán.” Juan 5:25