Un amigo le preguntó al otro cuál era el secreto de sus 52 años de matrimonio. Él respondió:
– “Nunca vayas a dormirte enojado.”
– “Esa es una gran filosofía”, comentó el primero.
– “Sí. Y nuestro record de quedarnos despiertos hasta ahora es de cinco días.”
¡Ah, bendito enojo! Yo puedo hablar de él. Mi record era lo contrario: irme a dormir enojado. No recuerdo cuántos días seguidos me fui a la cama enojado con Cristiane (ella debe recordarlo mejor), pero fueron muchas veces, durante muchos años.
El ciclo era así: ella hacía algo que no me gustaba, normalmente sin intención. Una palabra mal dicha, una decisión sin consultarme, una crítica o queja. Una sirena comenzaba a sonar dentro mío. En segundos, mi cuerpo reaccionaba. Un ardor en el pecho, las manos agitadas, el deseo de subir por las paredes. Pero no lo expresaba ofensivamente. Al contrario, enmudecía y cerraba las puertas. Nada más saldría de mí. Ni palabras, ni cariño, ni amor, ni favor, nada.
Y así me quedaba por días. “Ahora va a ver”, pensaba”. “Me las va a pagar.” En mi mente estaba castigando a Cristiane. Y realmente, mi comportamiento la castigaba. Pero yo también sentía el dolor.
En el fondo, odiaba eso. No quería ser igual a mi padre, a quien vi haciéndole eso varias veces a mi madre. Pero no lograba controlarme. Solo después de varios días poco a poco volvía a la normalidad, hasta el próximo episodio.
El enojo ha sido la razón de que muchas relaciones hayan sido destruidas. Y el hombre normalmente tiene más dificultad para lidiar con él. Algunos explotan por dentro, como yo, otros explotan sobre sus esposas. Ambos igualmente destruyen la relación.
¿Cómo cambiar eso?
Tres cosas me ayudaron. Primero, reconocí que tenía un problema. Antes pensaba que era mi manera de ser y que nunca iba a cambiar. Pero cuando admití que eso era un mal dentro mío, entonces pude decidir hacer algo al respecto.
Enseguida, pasé a conocerme mejor en ese aspecto. Comencé a notarme más: cómo comenzaba el ciclo, cuáles eran mis reacciones típicas, qué tipos de pensamientos alimentaba, qué emociones me dominaban. Pude detectar mis errores y así anticiparlos las próximas veces.
Finalmente, decidí colocar mi inteligencia al mando. No dejaría más que mis emociones me controlaran. No actuaría más por hábito. Usando la mente, decidí romper el ciclo. Cuando Cristiane hacía algo que me desagradaba, pasé a usar la sirena como una señal de que necesitaba hablar con ella sobre el problema y resolverlo inmediatamente.
Instalamos la regla de “nunca ir a dormir enojados” en nuestro matrimonio. Funcionó, y sigue funcionando.
Estos tres pasos pueden ayudarle también. Aún me sigo enojando, pues el enojo es inherente al ser humano. Sin embargo, ahora no me usa más. Soy yo quien saca ventaja del mismo.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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