¿Quien no se encontró haciendo cuentas con los dedos de las manos, sin la ayuda de una calculadora? Pero, siempre que tiene una cerca corre para, en solo unos toques, saber el resultado de una cuenta a través del visor electrónico. La calculadora agiliza mucho la rutina en el comercio y en pequeñas operaciones cotidianas, sin embargo, principalmente, el trabajo de profesionales como los matemáticos e ingenieros, que lidian con cálculos complejos a diario.
La palabra cálculo tiene su origen en el término en latín “calculus”, que significa piedra, pues, se cree que las piedras han sido uno de los primeros objetos usados por el hombre para hacer cuentas. El primer invento advenido de esa necesidad de enumerar, sumar y restar cosas fue el ábaco, y data del siglo 6 a. C. en la región de China. El instrumento de calcular permitía que pequeñas piedras fueran organizadas en columnas, facilitando el conteo.
Los engranajes mecánicos
Solamente en el siglo XVII, en 1642, el sistema fue repensado por el filósofo y matemático francés Blaise Pascal. Determinado a reducir el trabajo de su padre, cobrador de impuestos, que pasaba horas haciendo cálculos, el joven construyó un aparato con engranajes mecánicos para almacenar información y dar resultados de suma y resta de manera más rápida.
Poco tiempo después, en 1671, el matemático alemán Gottfried Wilhelm von Leibniz construyó un nuevo mecanismo, la “rueda graduada”, capaz de hacer más que las operaciones fundamentales (división y multiplicación) y extraer la raíz cuadrada.
El teclado y la calculadora electromecánica
A lo largo del siglo XIX, entonces, comenzaron a surgir distintos modelos y tecnologías de calculadoras con engranajes más complejos. Algunos de esos experimentos son considerados, hasta hoy, precursores de la computación.
Sin embargo, fue a principios del siglo XX, cerca de 1912 que se produjo la primera operación comercial de gran éxito, cuando un teclado fue adaptado al dispositivo, lanzando así, las calculadoras electromecánicas.
Las máquinas cada vez menores y más baratas transformaron a la calculadora en un instrumento popular. Además del modelo que hace cuentas de aritmética básica, hoy se hace uso también de las calculadoras gráfica, científica y financiera.
IBM
En el siglo VVIII fue creado la tarjeta perforada, con 12 líneas y 80 columnas, donde la información era transformada en códigos. A partir de 1880, el principio de esa tarjeta fue aplicado a la calculadora por el estadístico Herman Hollerith, durante una acción del censo de la población en Estados Unidos.
A través de las perforaciones, se establecían circuitos eléctricos y los datos que ellas representaban podían, entonces, ser computados automáticamente. Con el éxito, Hollerith abrió su propia empresa. En 1924, reunió a dos socios para fundar IBM (International Business Machines), una de las más famosas empresas de computación del mundo.