David protagoniza una de las historias más conocidas de la Biblia, exhibida en formato de miniserie “Rey David”, en el canal brasileño, Rede Record (fotos). De ser un simple y delgado pastor, se convirtió en un gran guerrero y llegó a ser el monarca más famoso de los judíos. A pesar de ser rey por la voluntad de Dios, fue capaz de actos mezquinos, vergonzosos y extremamente crueles.
El más famoso de sus errores, sin duda, fue su adulterio con Betsabé (2 Samuel 11:1 – 12:25).
Una tarde, David vio a la esposa de su amigo y súbdito, el militar Urías, mientras tomaba un baño en la terraza de su casa, cercana al palacio. Encantado por la hermosura de la muchacha, usó su autoridad de rey y la llamó. En poco tiempo, estaban teniendo una relación.
La situación empeoró. Betsabé quedó embarazada de David. Como Urías estaba lejos, en combate, el rey ordenó su regreso a Jerusalén para que, al cohabitar con su esposa, pareciese que el hijo era suyo. El soldado no creyó correcto tener la comodidad de su casa en la corte y la compañía de su esposa en la cama, mientras que sus colegas de su cuartel estaban acampados en duras condiciones, en plena batalla.
Tomado por la mezquindad, David conspiró, mandando a Urías de regreso a la guerra en situación de desventaja delante de los enemigos para que fuera muerto. Y así ocurrió (foto).
Betsabé, conforme a las leyes de la época, estaba libre nuevamente para casarse, ya que se había vuelto viuda. David se casó rápidamente con ella, de modo de esconder de todos que quedó embarazada mientras aun era esposa de Urías.
Lo escondió de todos, pero no de Dios.
El profeta Natán, enviado por el Señor, fue a hablar con David y le expuso su pecado por medio de una parábola (2 Samuel 12:1-2).
He ahí una gran prueba de la honestidad de la Biblia. En lugar de hacer como en otras culturas, que exaltan solo los grandes hechos de sus héroes y líderes, y excluye de los relatos sus engaños y errores; la Biblia muestra las fallas, los acontecimientos de forma imparcial. El pueblo de Dios también tiene defectos, incluso sus miembros notables.
La franqueza de los relatos bíblicos son incluso, brutos, ya que no protege a los que se equivocan. Eso incluye a David, cuya historia muestra sus varias victorias y éxitos en su primera parte, pero no hace la vista gorda a sus grandes errores, en la segunda parte.
Aun así, muestra también, cómo se comporta un verdadero hombre de Dios al enfrentarse a sus propios pecados. No está exento de cometerlos, pero sirve a un Dios misericordioso, que pide una actitud sincera y activa en el reconocimiento de las fallas.
Más errores
El asesinato indirecto de Urías no fue la única falla de David.
Muchos pueden alegar que vio a Betsabé desnuda, durante su baño, sin querer. El error del Rey no fue ver a la muchacha involuntariamente, sino el de no haberle dado la espalda en cuanto la vio, mucho más sabiendo que era mujer de su valiente y fiel súbdito.
David también fue un padre fallo. Tanto, que su actitud débil en disciplinar a sus hijos casi causa la ruina de su nación. Amnón (foto), su primogénito, pensaba que podía hacer lo que quisiera, en su condición de príncipe y heredero de trono. Llegó a violar a su media-hermana, Tamar (2 Samuel 13:1-22). David no lo reprendió, aunque no le gustó lo sucedido, ya que él mismo no había sido un buen ejemplo por el caso de Betsabé.
Absalón fue otro que, por la falta de firmeza de su padre, se preparó bastante. Hermano de Tamar, odió y mató a Amnón, huyendo del reino en seguida (2 Samuel 13:23-39). David desistió de perseguirlo.
El hijo volvió, y la condescendencia de David continuó haciendo estragos. Absalón conspiraba, y ganaba cada vez más popularidad entre los súbditos de su padre (2 Samuel 15:1-6). Lleno de si, se proclamó rey de Israel e hizo que David huyera de Jerusalén.
Estalló una gran guerra civil en el reino, y David no podía hacer nada, pues su hijo había pedido su captura. El conflicto sólo terminó cuando el severo Joab mató a Absalón (abajo), y el verdadero rey volvió al trono (2 Samuel 17:1-19:43).
No declarar oficialmente quién sería su sucesor trajo muchos sin sabores a David y a Israel. El mayor entre los hijos sobrevivientes, Adonías, se creyó con el derecho de ser heredero. Sin embargo, Dios ya había prometido el trono a Salomón. Sólo después que su madre, Betsabé, le insistiera a David, él decidió ungir al hijo como su sucesor (1 Reyes 1:28-53).
El hombre según el corazón de Dios
Aun después de todos esos errores – y probablemente muchos otros no registrados en la Palabra -, David mostró la diferencia, aun siendo fallo, de ser un verdadero hijo de Dios.
En cuanto al caso de Betsabé, cuando Natán lo enfrentó, el propio David se prostró, arrepentido. Podía estar libre de la reprensión de cualquier súbdito, pues era el rey. Aunque fuera gobernante de todo su pueblo, era siervo del Señor, y su remordimiento fue real, sobre todo por la ofensa a Dios, que le había bendecido tanto.
“Entonces dijo David a Natán: -Pequé contra el Señor. Natán dijo a David: -También el Señor ha perdonado tu pecado; no morirás.” 2 Samuel 12:13
El rey estaba arrepentido. Aun así, Dios no permitió que su hijo bastardo con Betsabé sobreviviera, y el niño murió 7 días después de nacer, sufriendo bastante.
David cometió terribles fallas de carácter y desempeño. Pero los admitió delante de Dios. Esa era una gran diferencia entre él y su antecesor, Saúl, que siempre buscaba justificar sus errores o poner la culpa en otras personas.
El rey David hizo buen uso de la confesión: decirle toda la verdad al Señor. El Señor ya la conoce, obviamente, pero desea que sus hijos tomen consciencia de lo que hicieron, para que sólo así alcancen la misericordia. Dios creó un modo para que la persona forme parte activamente de su propio perdón. Él siempre pide actitud, consciencia por parte de la persona, para operar en su vida.
El propio David registró en una canción de alabanza su lección, transmitiéndola a la posteridad:
“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día,
Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; y se volvió mi verdor en sequedades de verano.
Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: «Confesaré mis rebeliones al Señor», y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” Salmo 32:3-5
Los errores no descalifican al verdadero hijo de Dios, que se entrega realmente a Él; siempre y cuando se proponga confiar en el Padre y encontrar en Él las fuerzas para tomar la actitud correcta delante de la falla.
David erró bastante, pero también protagonizó muchos aciertos y grandes victorias.
Al contrario de Saúl, que murió de manera humillante, David vio el fin de sus días en su tierra y de avanzada edad, en paz y con comodidad, dejando un reino próspero en las manos de Salomón (1 Reyes 2).