Fred y algunos amigos estaban camino a un evento en otra ciudad.
Fueron en tres automóviles. El de él y el de dos amigos más.
Ya era de noche, y como él no conocía el camino, le pidió a su amigo Igor – que manejaba uno de los vehículos – que fuera delante de él, para que pudiera seguirlo.
Fred no ve muy bien, por eso, cuando es de noche, siempre dirige con las luces altas prendidas, aunque tiene consciencia de que es molesto para los otros conductores. Sin embargo piensa que, entre molestarlos con sus luces altas y causar un accidente, es preferible lo primero.
Por lo cual, continuó con las luces altas prendidas.
No pasó mucho tiempo e Igor – quien no sabía de la dificultad que su amigo tenía – comenzó a enojarse por las luces en su retrovisor.
– ¡Este muchacho no se da cuenta! – protestó.
– ¡Está haciendo eso para provocarme, déjalo conmigo, ya va a ver! ¡Las penas ajenas son las alegrías propias!
Inmediatamente redujo la velocidad y le hizo una señal para que su amigo se detuviera o lo pasara. Fred, inocentemente y sin entender el motivo, obedeció.
En ese mismo instante, Igor prendió las luces altas y se puso detrás de su vehículo.
“Ahora, si”, pensó Igor, con una sonrisa maliciosa en el rostro y con la agradable sensación de venganza cumplida.
Ni bien llegaron al lugar, Igor se acercó a Fred y le dijo: “¿Viste qué bueno es tener a alguien detrás que está, permanentemente, con las luces altas?”
Fred, gentilmente respondió: “Perdóname, pero es que no veo muy bien, principalmente de noche, por eso necesito conducir con las luces altas prendidas.”
Igor, dándose cuenta de cuán injusto e inmaduro fue, se quedó mudo y se disculpó, diciendo que no sabía de la dificultad de su amigo.
¿Cuántas veces juzgamos a las personas por determinadas actitudes sin saber siquiera los motivos que le hicieron actuar así?
Y aunque haya mala intención de parte de la otra persona, no debemos olvidar las enseñanzas del Señor Jesús en Lucas 6:31-33:
“Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.
Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
También los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?
También los pecadores hacen lo mismo.”
La Biblia muestra el caso de dos mujeres que buscaron al rey Salomón para que juzgara su causa.
Ambas eran madres de bebés, sin embargo, uno de ellos amaneció muerto y la madre del bebé muerto, antes que la otra despertara, tomó al que estaba vivo y puso al muerto en su lugar, para que su madre al verlo pensara que era su hijo el que había muerto.
Sin embargo, una madre siempre reconoce a su hijo, por eso, ella se dio cuenta inmediatamente de que aquel no era su bebé y de que la otra mujer estaba intentando engañarla.
El caso fue elevado al rey Salomón.
Cuando el rey se vio frente a semejante caso – cada una de las mujeres reclamando su derecho al niño vivo – sabiamente determinó:
“Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una y la otra mitad a la otra.” 1 Reyes 3:25
Pueden imaginarse el bullicio que se suscitó.
Todos debieron quedar aterrorizados al escuchar la orden del rey y, con seguridad, reprobaron la solución que se le dio al caso.
Sin embargo, la intención del rey era que, con esa orden, se despertara, en la madre verdadera, la compasión y el amor por el niño. Solo la verdadera madre sería capaz de dejar a su hijo para salvarle la vida.
Y fue exactamente lo que sucedió:
“Entonces la mujer de quien era el hijo vivo habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y le dijo:
– ¡Ah, señor mío! Dad a esta el niño vivo, y no lo matéis.
– Ni a mí ni a ti; ¡partidlo! – dijo la otra.
Entonces el rey respondió:
– Entregad a aquella el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre.” (1 Reyes 3:26-27)
Todos los israelitas quedaron admirados por la sabiduría de Salomón y, probablemente, también se sintieron avergonzados por haber imaginado que, de hecho, el rey fuera capaz de tamaña barbarie.
Cuando retribuimos el mal con el mal, nos igualamos a aquellos que actúan infielmente, y nos volvemos igual de injustos. Pero, cuando hacemos el bien a aquellos que nos hirieron y revelamos en nosotros el carácter del Señor Jesús, en eso Él es glorificado.
Además, Él es nuestro mayor ejemplo.
¿Quién fue más traicionado, maltratado, calumniado y humillado que Él?
¿Y qué hizo Él?
Intercedió ante el Padre: “… Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…” Lucas 23:34
Hagamos lo mismo.
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