El rastro de destrucción que dejó como herencia este y otros conflictos globales, despierta, incluso entre los más escépticos, la sensación de que estamos en los últimos días de la humanidad.
Un estudio confirma el aumento de casos de cáncer entre los bomberos. También hay mayor incidencia de enfermedad respiratoria y cardíaca y los expertos avisan del grave impacto del terrorismo en la salud mental.
Diez años después de los ataques terroristas del 11 de septiembre (11-S), la revista ‘The Lancet’ publica un especial con los estudios más importantes realizados hasta la fecha sobre su impacto en la salud de los supervivientes.
Como explican los autores del artículo de la revista británica, “la asociación entre la exposición al polvo tras la caída de las Torres Gemelas y el cáncer es convincente desde el punto de vista biológico, ya que algunos contaminantes de esta nube, tales como las dioxinas, son conocidos por ser agentes carcinógenos. Podrían ser causa directa del tumor y, también, producir infecciones microbiales, enfermedades autoinmunes y alteraciones inflamatorias que, según los estudios, son factores de cáncer”
Dicha inhalación de tóxicos es la principal responsable del aumento de problemas respiratorios como el asma y la sinusitis y, otros, como el reflujo gastroesofágico, según los autores de otro informe difundido por ‘The Lancet’ y realizado en la Escuela de Medicina Mount Sinai (EE.UU.). Más de una de cada cinco personas estudiadas (que habían participado en las tareas de rescate) padecía varias de estas condiciones y trastornos mentales como depresión, pánico y estrés postraumático.
Un dato reseñable, comenta en un editorial adjunto James Feeney, del Hospital Saint Francis (EE.UU.), es que “a pesar del incremento del riesgo de enfermedades respiratorias y cardiovasculares, no se observa un aumento de la mortalidad asociada a los atentados” y así también lo afirma otro de los trabajos divulgados en la misma revista.
Una de las investigaciones de esta publicación permite reflexionar sobre las repercusiones que tienen, en general, los ataques terroristas en la salud pública. Por ejemplo, los soldados que regresan de Iraq y de Afganistán. Comparado con los que acudieron a la guerra del Golfo, relata James Feeney, “tienen mayor prevalencia de estrés postraumático, adicción al alcohol u otras sustancias, suicidio y comportamientos agresivos con los demás”.
Dadas las consecuencias, la gravedad y el alcance, los expertos de las investigaciones recién publicadas, coinciden en subrayar la importancia y la necesidad de realizar un seguimiento y facilitar el tratamiento más adecuado. Teniendo en cuenta que estas enfermedades pueden persistir durante tanto tiempo, “deberíamos hacer todo lo que esté en nuestra mano para cuidar a estos héroes”, asegura Philip Landrigan, uno de los investigadores del Mount Sinai.
Cambio en la seguridad en aeropuertos
Tras el fatídico 11 de septiembre de 2001, se accionaron estrictos operativos de seguridad que plagan las ciudades y más específicamente los aeropuertos de las más importantes capitales del mundo. Hoy, diez años después de los atentados, el tener que descalzarse en los aeropuertos se volvió frecuente tras la detención del británico Richar Reid, a quien se le descubrió material explosivo camuflado en los zapatos que trataba de hacer explotar en pleno vuelo. También se volvió rigurosa la restricción sobre el transporte de líquidos, a raíz de que la Policía británica desarticulara una banda terrorista que pretendía cometer atentados contra aviones en pleno vuelo con explosivos líquidos.
La muerte del terrorista más buscado
En mayo de este año, se dio a conocer la noticia de la muerte de Bin Laden quien, después de un tiempo, se atribuyera el golpe del 11 de septiembre. Era el decimoséptimo de los 52 hijos de Muamar Bin Laden, campesino saudí de origen yemení que se convirtió en magnate de la construcción. Estudió Religión y Ciencias Económicas y se graduó en la Universidad Rey Abdul Aziz. En 1988 creó la organización “Al Qaeda” (La Base), en referencia a la base de datos donde apuntaba a los combatientes. Su objetivo es “la guerra santa contra los judíos y los cruzados”.
EEUU considera que los atentados financiados por él comenzaron en 1993- contra las Torres Gemelas de Nueva York (6 muertos); y continuaron sucesivamente sus ataques a distintos puntos en 1995, 1996, 1998. En junio de 1999, fue incluido en la lista de los diez más buscados por el FBI y, en noviembre siguiente, entraron en vigor las sanciones de la ONU a Afganistán por ampararlo.
A 10 años del mayor atentado a Estados Unidos la comunidad internacional se pregunta cómo continuará la historia. El rastro de destrucción que dejó como herencia este y otros conflictos globales, despierta, incluso entre los más escépticos, la sensación de que estamos en la eminencia de los últimos días de la humanidad.