Entre los miedos que persiguen a la humanidad, el de la muerte ocupa el primer lugar. Es un tema rechazado en los círculos de conversación, a tal punto que, cuando se comenta sobre el fallecimiento de alguien, enseguida, el asunto se cambia para uno considerado más animado y siempre es precedido por la frase: “hablemos de cosas buenas”.
Y si hablar de la muerte ajena incomoda, imagínese hablar de la propia muerte. Fue precisamente por eso que Katie Williams, una ex enfermera en cuidados paliativos creó en Rotorua, en Nueva Zelanda, el Club de Ataúdes. En él, las personas se reúnen semanalmente para pensar en el momento de su muerte y decorar sus propios ataúdes. Tratando al asunto de manera leve y divertida.
Al principio, la idea trajo extrañeza, pero, a lo largo de los años, los clubes han ganado seguidores y se han esparcido por el mundo.
Katie afirma que hacemos grandes celebraciones por el nacimiento “pero el otro extremo de la vida –la muerte– es un acontecimiento muy sombrío y apresurado”. Ella cree que debería ser un motivo de celebración.
Pero ¿celebrar qué?
Nos preparamos para muchas cosas. Para el casamiento, para ir a la universidad, para el trabajo soñado, o incluso para un periodo de desempleo, haciendo una reserva económica. Pensamos en eso diariamente. De hecho, ya despertamos con una lista interminable de cosas que debemos hacer, que gira alrededor de lo que queremos alcanzar.
No obstante, difícilmente escucharemos a alguien decir que despierta y piensa: “¿y si hoy fuera mi último día de vida?”. “Ah, ¡pero yo no puedo morir sin antes conocer al amor de mi vida!, quiero dar continuidad al legado de la familia a través de mis hijos”, “Todavía no conocí tal lugar, no realicé determinados sueños”. Es así como, normalmente, muchos reaccionan cuando se ven obligados a pensar en el tema.
Reflexionan únicamente en lo que no hicieron. Pues, la idea de la muerte trae a la luz en su mente lo que aún no lograron aquí en esta vida, en este mundo y que, obviamente, solo sirven para este lugar, es decir, aquí en la Tierra. Y si piensan de esta manera es porque consideran que la muerte es el fin, pero no lo es.
A causa de eso no se preparan para este día. Y el problema aquí no se trata de dejar apoyo material para los que permanecen (amigos y familiares), ni en un funeral digno, sino de prepararse para lo que viene después de la muerte: la vida o la muerte eterna.
Esa decisión debe ser tomada aún en vida y es de carácter individual.
Decida en vida
Por lo tanto, la muerte es el momento más importante en la vida de una persona. La Biblia dice lo siguiente: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón.” Eclesiastés 7:2
En la casa de luto, las personas se ven obligadas a pensar en la muerte. Sin embargo, donde hay fiesta (banquete), están felices y, consecuentemente, distraídas.
El obispo Edir Macedo aclara que “algunos temen la muerte porque no saben lo que viene después de ella. Y otros dudan de la existencia del castigo en la eternidad, afirmando que Dios es incapaz de hacer eso”.
Sin embargo, el infierno es real y la vida eterna en el cielo también lo es.
“Para el que está vivo, aún hay oportunidad. El futuro eterno es fruto de una decisión del ser humano aún en el presente, y depende de su entrega al Señor durante su vida”, reiteró.
¡Cuide su alma hoy!
El obispo llama la atención para el hecho de que las personas hacen de su alma la parte menos tratada. En cambio, tratan el cuerpo como si fuera eterno. Es justamente esa falta de visión y entendimiento que las hacen sufrir. “Porque si ellas trataran al alma como tratan su cuerpo, entonces, serían perfectamente felices”, enfatizó.
Y el alma no puede ser cuidada con los tratamientos estéticos, sino que necesita obedecer la Palabra de Dios para permanecer saludable y para que después de que se desprenda del cuerpo (en la muerte) tenga la vida eterna.
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