“Mi nombre es Ronaldo y tengo 45 años. A los 16 fumé mi primer cigarrillo de marihuana. A medida que fui creciendo fui involucrándome más, conocí las malas amistades y la delincuencia.
Había conocido a mi esposa, pero yo llevaba una vida incorrecta. Me gustaban mucho las fiestas, salía el viernes y volvía el lunes. Íbamos a los barrios carenciados a buscar cocaína, me llevaba veinte o treinta dosis.
En ese entonces conocí a un joven que mandaba droga a Europa. Siempre lo veía con mucho dinero y eso me llamó la atención. Él me hizo una prueba y la pasé. Me sacaron el pasaporte y fui hacia Europa. Así me convertí en mula del narcotráfico, sin saber el riesgo que corría.
Una vez llegué a tragar cien cápsulas de cocaína. Yo supe de muchas personas que ni siquiera bajaron del avión porque una de esas cápsulas explotó.
Yo no tenía miedo de nada. Pasaba por al lado de los policías y ellos no se daban cuenta, yo conversaba con ellos. Fui varias veces a Europa.
Un día, caí en Madrid por tráfico internacional. Se hizo el juicio y fui condenado a cinco años. Quedé preso, lejos de mi familia. Ni siquiera sabía hablar su idioma. Ese fue mi fondo del pozo. Después de cuatro años y ocho meses, fui deportado, sin poder ingresar por diez años a Europa. Pero cuando llegué a Brasil, el mismo infierno regresó a mi interior.
Me involucré en la piratería de CDs. Decidí trabajar cerca de las iglesias y un día me llamó la atención que el Templo de Salomón iba a ser inaugurado. Mandé a mis empleados a que den un vistazo al lugar y tuve la idea de poner mi negocio allí cerca. Cuando la gente salía de la reunión, mandaba a subir el sonido de la música para llamar la atención. Comencé a entrar en el Templo de Salomón solo para escuchar qué canciones sonaban, así luego las ponía en mi local. Miraba a la multitud que estaba en el templo y pensaba en la ganancia que podría tener cuando salieran de la reunión.
Llegué ir a la Iglesia con una amante, varias veces. Durante ese tiempo escuché una palabra: ‘lo que no quiero para mí, no lo debo querer para mi prójimo’. Y pensé en las personas a las que les había hecho mal. Luego le dije a mi amante que no podíamos seguir así. Cuando tomé esa actitud, justo se realizó una Hoguera santa.
Después de tres años, finalmente decidí cambiar de vida para así poder recibir el Espíritu Santo y terminar con aquel infierno que vivía. Fui a ver a la gente con quien trabajaba en la piratería y renuncié a todo porque me di cuenta de lo grave que era lo que hacía. Dije: ‘a partir de hoy voy a buscar el Espíritu Santo’. Decidí hacer un sacrificio y dejar de engañar a las personas. Cuando bajé del altar, sentí la certeza de que Dios iba a hacer algo en mi vida. Cierto día, estaba en una reunión en el Templo de Salomón y en el momento de la oración recibí el Espíritu Santo.
Hoy voy a los institutos de menores a predicarles a los muchachos. Ayudo a esas almas. Así como a mí me ayudaron una vez, hoy yo lo hago con otros. Hoy tengo placer de decirle a Dios ‘Padre mío’. Antes no sabía ni siquiera qué era un padre.
Después de que recibí el Espíritu Santo, Él me fue dando ideas. Hoy vivimos en un lugar bendecido, hoy tenemos nuestra familia y nuestro trabajo. Antes entraba a la iglesia y veía a las personas como ganancias, hoy las miro como almas. Dios me dio la identidad de hijo. Quería incluso pedirles perdón a la iglesia y al obispo porque muchas veces, antes de que terminara la reunión, yo estaba con el sonido alto afuera. Gracias a Dios, eso se terminó. Hoy no me gusta lo incorrecto, sino que adoro ayudar a las personas”.