¡Buen día, obispo!
Llegué a la Universal debiéndoles a traficantes, humillada, dependiendo del favor de los demás para vivir y comer, sintiéndome una basura humana, pero aún recuerdo mi primera oración: “Tú, Señor, siempre me pediste mi vida por completo y nunca Te la di. Hoy vine aquí a darte lo que siempre me pediste, solo lo que sobró de ella. Pero, si aun así la quieres, toma mi vida, porque lo que sobró Te lo doy por completo.”
Y ese día salí liberada. Liberada de los vicios, liberada de la esclavitud que hacía años me asolaba. Salí de allá como una persona de verdad. Permanezco en la fe hasta hoy, luché por mi esposo que también era, hacía casi 18 años, adicto al alcohol y a la cocaína, y hoy es un hombre de Dios que, en breve, será consagrado a evangelista, fruto de un pedido de la Hoguera Santa de Israel, en la cual yo no tenía mucho, pero di lo mejor de mí.
Me llamaron y me llaman loca, pero cuando el diablo usa a esas personas para desanimarme y afrontarme, recuerdo mi pasado y le digo al propio diablo: ¡Hey, yo no vivo más allá!
Lo que gastaba en drogas pasé a gastarlo con votos y sacrificios, y Dios me honró. Aún estoy caminando lentamente, pero con una diferencia y una certeza que nadie me quita, ni siquiera el propio diablo. La certeza de que hoy el Señor Jesús no está a mi lado, Él está dentro de mí.
Hoy no le debo más a traficantes, sino que soy respetada por ellos, e incluso hablo del Señor Jesús en cualquier punto de venta de drogas por donde paso.
Dios me dio dignidad, me honró. Si hoy yo ofrendo y sacrifico es porque entendí que debo solo obedecer. La Palabra de Dios se cumple hoy en mi vida, pues puedo decir: Yo y mi casa servimos al Señor. Pronto será mi familia entera, para hacer más y servir al Dios Único, digno de toda honra, gloria, majestad y poder.
¡Que Dios lo bendiga, obispo!
Daiane